jueves, 18 de diciembre de 2014

El Poeta (VI)

En mi vida, me crucé un par de veces con el Poeta. Es un tipo alto, envuelto en silencios grises, que escribe con lapicera negra, o tal vez roja.
Hace un par de años, lo vi caminando por una calle cualquiera, y no sé por qué urgencia me nació el impulso de seguirlo. Y así lo hice. Lo perseguí por las calles y diagonales turbias de la Ciudad, doblando y doblando y doblando y doblando en las esquinas. Esquinas iguales a otras esquinas, tal vez iguales a las de otras ciudades, a la del Mundo.
El Poeta sólo caminaba, contra el viento y el azar como a él le gusta, sin mirar las casas o las vidrieras, sin preocuparse porque se le volara el sombrero hoy de color azul o los papeles medio salidos de su maletín, sin prestarle ni siquiera atención a quienes lo seguían. Porque en ese momento noté que otras personas también estaban siguiéndolo, por la vereda de enfrente, detrás de mí, en autos que avanzaban lento y sin ruido, incluso algunas cortinas de edificio se movían a su paso. El Poeta sólo seguía caminando, tranquilo.
En una esquina azarosa, el Poeta dobló de nuevo. Como lo hice antes, unos segundos después doblé yo, pero no estaba. Ya no estaba. El Poeta había desaparecido. Había un par de sombras correteando en las paredes y jugando debajo de los faroles, pero ninguna era la suya. Ninguna era la de nadie en realidad. Miré a mi alrededor y todas las personas que lo seguían tampoco estaban. Nadie en ninguna vereda, sólo autos muertos estacionados y todas las cortinas cerradas y blancas. La esquina se oscureció en un segundo y descubrí dónde estaba. Al sol le da miedo ese barrio y se esconde detrás de los edificios, ahora negros, con sus puertas cerradas que dejan salir a jugar a todos los fantasmas.
Me perdí. Ese barrio no es un barrio de la Ciudad, y esta esquina es todas las esquinas de la Ciudad y el Mundo. Mi casa, la plaza, el fondo del mar, Londres, su habitación, la casa de Asterión, la Rua Dos Douradores, el baño de la escuela, el último piso construido de la torre de Babel, el galpón detrás de las vías, el cabaret Satori sobre Artigas, la casa del Poeta, la terraza de mi vieja casa de Buenos Aires, el monstruoso pasillo que esconde el mostruoso libro en la Biblioteca Nacional, el bar gitano, la tumba de la Maga. Todo podría estar acá a la vuelta. El Poeta lo sabía. Así, nos desapareció a todos, y ahora estoy perdido en todos lados al mismo tiempo. 
El Poeta ya debe estar sentado frente a la ventana gris, deseando escribir. Porque él es un hombre de Mundo, de esquinas y laberintos. Yo no. Yo soy hombre de rincones.
Por eso estoy perdido. No quiero doblar la esquina.
Estoy perdido y oscurece. Y las sombras alargadas ya me miran, implorándome que vuelva a casa.