Es
curioso cómo todos los religiosos y los libros hablan del Infierno, de cómo las
almas pecadoras serán atormentadas, pero no cuentan todo el tramiteo previo que
hay que hacer para ingresar y finalmente comenzar a sufrir. El Diablo, así como
todos se lo imaginan, es alguien muy organizado y riguroso: siempre calculador
en sus ofertas, recto en sus contratos, que una firma aquí, un rasguño de uña
allá, un poco de sangre del dedo medio acá y ya está. Se dice que sólo por
diversión estudió Administración de Empresas en una universidad francesa el
siglo pasado y que ahora es dueño de algunas multinacionales, pero el Infierno
fue desde siempre un infierno burocrático. Algunas lenguas rápidas aseguran que
también Max Weber era el Diablo en realidad.
En
fin, las personas mueren. Sus cuerpos comienzan a desaparecer bajo la tierra,
el fuego o el olvido. Si el Diablo las reclama, las almas descienden hasta sus
dominios y aparecen en una inmensa habitación blanca, tal vez sea gris, donde
otras miles de almas hacen una fila recta. Hay un pequeño cartel que dice
"Saque numerito y haga la fila". El papel con el numerito arde sin
consumirse, y como no existen los bolsillos allí abajo, las almas son
torturadas con una levedad maléfica mientras esperan.
De
vez en cuando se ven pasar seres grises sin forma precisa, como los restos de
la sombra de un fantasma. Deambulan con un sentido misterioso a lo largo de la
fila, observando con sus caras vacías a las almas. A veces se les da por
molestarlas y se ponen a conversar entre sí gritando, o se paran demasiado
innecesariamente cerca, y se rascan y tocen, o siguen deambulando por ahí como
diciendo "Miren, nosotros podemos ir adonde queramos y ustedes no".
A
diferencia de lo que creen algunos, existe la temporalidad allí abajo, sólo que
de forma irracional, incomprensible. Los minutos y los años podrían ser la
misma cosa dependiendo de un factor que no se puede descubrir. El único reloj
que hay, en una pared lateral demasiado lejos como para verlo bien, es una
mentira. El Diablo lo puso ahí porque le pareció gracioso.
Puede
suceder que un alma esté llegando al escritorio al final de la fila y de
repente, por un capricho del tiempo, vuelve a encontrarse en el fondo, atrás
del todo. La mente se encuentra en una constante inestabilidad nula
insoportable. No hay nada en qué pensar o ver de verdad. Sólo la fila y su
final. Y los numeritos siguen ardiendo.
Cuando
se llega al escritorio, hay uno de esos entes grises sin rostro o forma que
pide el numerito. A veces dice que el numerito está mal y manda a las almas al
comienzo de la fila. Otras, dice que tienen que esperar un momento mientras
hace nada con su cara de nada. Otras veces pide nombre, fecha de nacimiento,
cantidad de hijos y amantes, religión, datos del padre, de la madre, si se tiene
conocimiento de algún pacto o contrato que éstos hayan realizado con el Diablo,
si se tiene conocimiento de algún pacto o contrato que cualquier otro miembro
de la familia haya realizado con el Diablo, posesiones materiales que se
dejaron, y un etcétera muy grande. Si todo está en orden (de lo contrario, al
fondo de la fila de nuevo), el ente gris les da un formulario con una
larguísima y absurda lista de pecados en la que se debe marcar con una cruz
aquellos cometidos. Al terminar, el ente compara y verifica con una lista
propia que el alma en cuestión haya dicho la verdad (de lo contrario, al fondo
de la fila de nuevo).
Si
el alma efectivamente marcó todos los pecados que cometió en vida, el ente se
deja poseer por la violencia de los sellos y biromes. Golpea y garabatea con
fuerza el formulario y lo guarda en un cajón. Luego, con un "Muchas
gracias" y un "Bienvenido al Infierno", le indica al alma la puerta roja en la pared del fondo detrás
del escritorio, que es la misma que hay en la otra punta de la habitación, al
principio de la fila, sólo que nadie la vio o ya nadie se acuerda en ese punto.