martes, 24 de marzo de 2015

En este haiku / Confieso que siempre fui / Mentiroso. (V)

Sucede a veces,
Cuando el alma gime
Detrás de mi voz.

No encuentro el cielo. 
Ese que debía mirar
Cuando partieras.

Hay algo de vos
Que recordaré feliz
Como un regalo.

Soy vagabundo
En un barrio enfermo
De hombres sin alas.

Son nuestros cuerpos
Los que bailan la canción.
¿Los llegás a ver?

Yo, Yo, Yo y Yo.
Señalame cuál de ésos
No sabe sonreír.

Arriba o abajo
A algún lado, no importa.
Aquí, da miedo.

Hay autómatas
Que construyen mis sueños,
Pero no duermo.

Siempre oculto.
Inventor de relojes
Sin cuerda alguna.

Sobre la cama.
Marioneta de muerte
Con manos blancas.

Apaga la luz.
La sombra se refleja
En mis pasillos.

Nos construimos.
Camino de dominós
A cada paso.

Y detrás de él
Salió en su búsqueda,
Solo, su alma.

En mis loqueros
Las camisas de fuerza
Son los abrazos.

sábado, 14 de marzo de 2015

El miedo a lo oscuro del parpadeo

Una vez me dijeron, o leí que me dijeron, que las nubes que pasan lento por el cielo naranja son aquellas que se perdieron después de una tormenta. No sé si eso tiene algo que ver con nada, con algo, pero de alguna forma las palabras comenzaron a escribirse. Aunque no las escriba, siguen escribiéndose en un plano invisible, como un tatuaje del otro lado de la piel. Porque es una mentira que escritor es el que escribe. Mentira que lector es el que lee. Mentira que poeta es el que siente. Mentira que mentiroso es el que miente.
Me temo que cada vez (me) entiendo menos, cada vez menos (me) sé . 
- ¿O es que temés que te guste?
- No sé.
Atrás de la pared del armario donde guardo mis yo muertos y mis chistes viejos, hay otra mano que sostiene un rosario roto, hay otra mano que toca la piel de hueso. A veces la escucho crujir, gruñir, como las calesitas de barrios olvidados acá a la vuelta. Pero ya le temo a tantas cosas que por reales que sean todos los dedos y los huesos, no les temo. (Mentira.)
- Encontré en el cordón de la vereda un papel con una lista de cosas que hacer para la Navidad pasada. Lo primero es estrenar algo naranja. Después dejar una silla vacía y comida servida frente a ella, como si alguien fuera a llegar en cualquier momento. Dice que hay que buscar por todos lados, por los cajones, armarios, debajo de la cama, pero no dice qué buscar. Dice que hay que cenar después de la 00:00. Y comer mandarina de postre.
- Quien realmente haya hecho eso, tiene mucho miedo.
- ¿A qué?
- No sé. A la muerte, a lo oscuro del parpadeo. A que nadie ocupe la silla, o a no encontrar nada debajo de la cama. 
- Lo bueno de los miedos, es que muchos no son racionales. 
- ¿De dónde dijiste que lo sacaste al papel?
- Lo encontré en la calle.
- ¿Me lo regalás?

No sé si todo eso tiene que ver con nada, con algo.
Mentira. Sí, sé.
Mentira que poeta es el que miente. Mentira que mentiroso es el que escribe.
Mentira. No, sé.
No sé.
Pero allá vuelve la tormenta, al final de la calle, a buscar las nubes que olvidó.

La señora a la que todos saludan

Hay una señora a la que todos en la Ciudad saludan. Pasea a pasito veloz y sonriente, ya sea con su carrito de compras, paseando al perro o estrenando vestido. Se la ve por todos lados, y cada vez que se cruza con alguien, la saludan. Y es una acción tan simpática como involuntaria. Cuestión importante, porque en ese saludo espontáneo de agitar la mano, inclinar la cabeza o mencionar un nombre, yace, no sólo el misterio arbitrario del universo del cual surge la pregunta de dónde sale el impulso de saludar a la mujer, sino que también yace la completa ignorancia de quién es esa mujer. 
Nadie en la Ciudad sabe quién es, ni de dónde vino, en qué calle vive... Es decir que, cuando pasa por una parada de taxis y el tachero la saluda con un "Buen día, señora Silvia", en realidad el hombre no la conoce, ni sabe si Silvia es su nombre en verdad. Pero el impulso indescifrable es ese. Así, a la señora la llaman Silvia, Ofelia, Rachel, Raquel, Graciela, Doña Eva, Doña Carola, Doña Juana, Doña Cora, Señora Josefina, Solange, Berta, Sofía, Clara, Ashley y Marcela en menos de dos cuadras. Peor es cuando el mismo carnicero la llama Mademoiselle Juliette a la mañana y Rosa por la tarde.
Muy pocos se atreven a sospechar que esta señora es en realidad un fantasma. O por lo menos, el reflejo de una mujer en otra ciudad. La mayoría sólo confirma el hecho de que no importa quién sea o de dónde venga, y se conforman con divulgar la creencia de que si alguien acierta en saludarla con su nombre verdadero un día viernes entre las diez de la mañana y las dos de la tarde, se le cumplirá un deseo.
La señora, por supuesto, no se entera nunca de nada de esto. Ella sólo desea algún día conocer el nombre de todas esas personas que siempre la saludan. Aunque algunos sospechan que en realidad, el universo le tiene prohibido conocerlos.