sábado, 6 de junio de 2015

El otro pacto fáustico

Mandinga se bajó del taxi en la puerta del bar gitano, transformado en un joven zaparrastroso, con ropas superpuestas de colores descuajeringados y zapatos de rojo gastado. Entró al lugar y se aproximó a la barra, sin prestarle atención a la música inacústica ni a la sarta de pecadores que ocupaban las mesas. Éstos tampoco le prestaron atención a él. Los hippies no caen muy bien allí.
El Gitano lo estaba mirando desde que entró, y antes de que Mandinga dijera nada, dijo:
- Ya avisé que no te voy a dar nada.
- No seas tonto. Es una de las mejores ofertas que hice esta era.
- Aun así no voy a darte nada.
- Sabés que no me cuesta nada cerrarte este antro, ¿no? Con señalar el agujero que tenés en la pared alcanza.
- Hacelo - desafió el Gitano-. Esto no está abierto por economía, y aunque se cierre, nos pertenece. Esta bar ya no es tu Bar. Este pedazo de mundo es nuestro.
Mandinga se enderezó, con tal sombra que desmentía el disfraz colorido que llevaba.
- No te confundas. Un pedazo de mundo recrea el mundo entero, un retazo pluraliza el total, un fragmento es en potencia todo lo que falta y todo lo que ya es. No te confundas, gitano. El infinito es mi dominio. Y todos sus rincones son míos.
Y sonriendo con sus dientes maliciosos, se alejó de la barra con paso firme. 
Observó en una esquina del bar a una figura solitaria que se inclinaba sobre la mesa al escribir sobre un papel. Era un tipo alto. Mandinga se acercó a la mesa y mirando el vaso rojo ya vacío, preguntó riendo:
- ¿Cómo la estás llevando, eh? Vale, y también valerá, la pena el pacto, ¿verdad?
El Poeta se levantó y endureció sus ojos bajo el ala del sombrero. Tomó su maleta llena de papeles y se fue del bar. Mandinga sonrió al leer el papel sobre la mesa que rezaba "No".
Entonces el joven saparrastroso también se fue, y los borrachos se despidieron con burlas. Detrás de él, salió por la puerta el Gitano y miró por la vereda. Dos figuras oscuras se alejaban caminando en direcciones opuestas, espejadas. Imposible definir qué sombra era quién. Quién era la de quién.

El Gitano volvió a entrar al bar y lo vio vacío. Completamente. Escuchó las palabras de Mandinga de nuevo en sus ojos, y tuvo miedo.
Para sacarselo de la cabeza, corrió a la barra y gritó sonriendo que la próxima ronda la invitaba la casa. Todos los gitanos y borrachos festejaron la noticia.