jueves, 18 de diciembre de 2014

El Poeta (VI)

En mi vida, me crucé un par de veces con el Poeta. Es un tipo alto, envuelto en silencios grises, que escribe con lapicera negra, o tal vez roja.
Hace un par de años, lo vi caminando por una calle cualquiera, y no sé por qué urgencia me nació el impulso de seguirlo. Y así lo hice. Lo perseguí por las calles y diagonales turbias de la Ciudad, doblando y doblando y doblando y doblando en las esquinas. Esquinas iguales a otras esquinas, tal vez iguales a las de otras ciudades, a la del Mundo.
El Poeta sólo caminaba, contra el viento y el azar como a él le gusta, sin mirar las casas o las vidrieras, sin preocuparse porque se le volara el sombrero hoy de color azul o los papeles medio salidos de su maletín, sin prestarle ni siquiera atención a quienes lo seguían. Porque en ese momento noté que otras personas también estaban siguiéndolo, por la vereda de enfrente, detrás de mí, en autos que avanzaban lento y sin ruido, incluso algunas cortinas de edificio se movían a su paso. El Poeta sólo seguía caminando, tranquilo.
En una esquina azarosa, el Poeta dobló de nuevo. Como lo hice antes, unos segundos después doblé yo, pero no estaba. Ya no estaba. El Poeta había desaparecido. Había un par de sombras correteando en las paredes y jugando debajo de los faroles, pero ninguna era la suya. Ninguna era la de nadie en realidad. Miré a mi alrededor y todas las personas que lo seguían tampoco estaban. Nadie en ninguna vereda, sólo autos muertos estacionados y todas las cortinas cerradas y blancas. La esquina se oscureció en un segundo y descubrí dónde estaba. Al sol le da miedo ese barrio y se esconde detrás de los edificios, ahora negros, con sus puertas cerradas que dejan salir a jugar a todos los fantasmas.
Me perdí. Ese barrio no es un barrio de la Ciudad, y esta esquina es todas las esquinas de la Ciudad y el Mundo. Mi casa, la plaza, el fondo del mar, Londres, su habitación, la casa de Asterión, la Rua Dos Douradores, el baño de la escuela, el último piso construido de la torre de Babel, el galpón detrás de las vías, el cabaret Satori sobre Artigas, la casa del Poeta, la terraza de mi vieja casa de Buenos Aires, el monstruoso pasillo que esconde el mostruoso libro en la Biblioteca Nacional, el bar gitano, la tumba de la Maga. Todo podría estar acá a la vuelta. El Poeta lo sabía. Así, nos desapareció a todos, y ahora estoy perdido en todos lados al mismo tiempo. 
El Poeta ya debe estar sentado frente a la ventana gris, deseando escribir. Porque él es un hombre de Mundo, de esquinas y laberintos. Yo no. Yo soy hombre de rincones.
Por eso estoy perdido. No quiero doblar la esquina.
Estoy perdido y oscurece. Y las sombras alargadas ya me miran, implorándome que vuelva a casa.

sábado, 22 de noviembre de 2014

La Fábrica de Promesas

CASO #28

Prometí algo un día, pero no recuerdo qué fue. No me gusta romper mis promesas, mi mamá me enseñó que no se deben romper porque podés tener problemas con los de la Fábrica de Promesas. Por eso tengo miedo. Yo sé que está a unos kilómetros de la Ciudad, y que ahí hay cientos de ingenieros y obreros de la abstracción que diseñan y construyen todas las promesas que realizamos. Tienen muchos altibajos en su manufactura: hay temporadas en las que logran que hagamos promesas de lo más originales y profundas tales como "Prometo no volver a ponerme los calzoncillos amarillos abajo de la malla blanca", "Cuando tenga un perro le voy a poner Platón para escribir "Platón" en su platón de comida. Vas a ver, te lo prometo", "Te prometo que uno de estos días agarro a mi vieja, la subo a un avión y le pago las vacaciones" o "Prometo que desde mañana voy a estudiar todas las mañanas"; y hay veces en que nos salen sólo promesas estúpidas como "Mañana me inscribo como astronauta y te traigo esa estrella, te lo prometo", "Prometo no bailar nunca más borracho ni beber mientras bailo", "Prometo que desde mañana voy a estudiar todas las mañanas".
Me acuerdo que hace varios años un chico les había hecho un juicio porque le prometió a su novia una de esas promesas estúpidas (algo relacionado con cortarse el pelo, algo por el estilo) y como no la cumplió, la chica le cortó. No el pelo, la relación, quiero decir. Técnicamente, no fue culpa de él prometer algo tan estúpido, así que sólo por la furia de la situación inició acciones legales contra la Fábrica de Promesas. La Fábrica perdió el juicio y tuvo que indemnizar al chico por varios millones. Estuvo cerca de la quiebra incluso. Todo esto salió en el diario, me acuerdo. Pero fue por la época en que todos decían que Clarín mentía, por lo que nadie creyó la noticia, y todos siguieron prometiendo como si nada. Fue un error.
Luego de recuperarse del juicio, la Fábrica de Promesas comenzó a contratar agentes especiales que se encargasen de que las personas cumplieran las promesas que realizaran. Entonces, de un año al otro, la Ciudad se llenó de Agentes de Promesas que se paraban con sus sombreros en esquinas donde estadísticamente se realizaban más promesas. Cada vez que un Agente escuchaba una promesa, anotaba la promesa en una libreta y comenzaba a seguir al prometedor. Lo seguía todo lo necesario hasta verificar que haya realizado su promesa, y si veía que el prometedor estaba a punto de romperla, lo impedía del modo que fuese. Esto podía durar la vida, como duran algunas promesas. La vida del prometedor o la del Agente. Si el primero moría, el Agente tachaba la promesa en su libreta e iba en búsqueda de otro prometedor; si el Agente moría, otro ocuparía su lugar.
Muchos se han quejado de sus métodos, ya que pueden ser muy extremos. Por ejemplo, un amigo me contó que su abuelo había prometido nunca más ver un partido de River, y en el último superclásico se le antojo verlo, pero justo cuando estaba cambiando de canal un disparo atravesó la ventana y destruyó el televisor. Del edificio del frente un Agente de Promesas se acomodaba el sombrero. Pero esas quejas son de aquellos que no saben lo que realmente esta sucediendo hoy en la Ciudad. He escuchado casos en los que llegan a matar al prometedor que no cumplió alguna promesa muy importante. Son muchas las muertes sin resolver de las que se sospecha de los Agentes de Promesas. Hoy la gente vive con miedo de prometer cosas.
Antes de implementar la idea de los Agentes, la Fábrica había reformulado su política y reglamentación, que fue firmada y abalada por los correspondientes funcionarios y burócratas, pero fue todo tan sutil aquello, que nadie se esperaba la vigilancia y amenaza perpetua de los Agentes. También, está la cuestión de que la sociedad de los Agentes funciona de forma aislada y autónoma, no tiene relación legal con la Fábrica. No existe, no se ve, nadie conoce nada. Funcionan más bien como una mafia organizada en dos bloques, aunque nadie sabe muy bien cómo es que lucran estas personas. Lo que sí se sabe es que los Agentes son peligrosos, pero la Justicia por alguna razón que no comprendo está maniatada además de ciega. A lo mejor también prometió cosas.
Yo sé que prometí algo un día, pero no recuerdo qué fue. Y últimamente vivo en la duda y el miedo. Ando en mi vida pensando que en cualquier momento podría estar rompiendo la promesa sin saberlo y que aparecerán los Agentes. No sé si fue una promesa importante o una estúpida, no sé nada de eso. Temo que lleguen. Podrían estar ahora detrás de mi puerta, esperando el momento para tirarla abajo, o apuntándome a través de la ventana desde algún edificio. De todas formas, no creo ser tan importante como para eso. Esta entrada al blog no cambiará al mundo ni destruirá la mafia de la Fábrica de Promesas y sus Agentes. No soy ningún radical, sólo alguien que hace de las verdades una ficci


* Dejé este archivo de texto tal cual lo recuperé de la computadora de un amigo hace un par de meses, luego de que lo hayan asesinado en su departamento. Le dispararon a través de la ventana y murió frente a la computadora mientras lo escribía. Todos saben qué sucedió. Quiénes lo hicieron. Este es el caso #28. Y como en todos, no queda ninguna pista ni huella que seguir. Sólo el cadáver y el miedo. La gente vive con miedo de prometer cosas. Y yo, vivo con la culpa de haberle hecho prometer, hace muchos años, cuando todavía esto no era un caos invisible, que nunca escribiría sobre mi trabajo.

Pared

- Cerrá los ojos y vení conmigo.
Sin miedo los cierro y la tomo de la mano. La oscuridad de mis ojos se metamorfosea en la oscuridad del mundo. Mis pasos intentan seguir los suyos que los guía, pero la realidad es que podría estar solo. Solo en el mundo oscuro, siguiendo sólo ruido, los ecos de sus pasos ya dado un millón de veces antes. Podría estar sosteniendo una mano fantasma y tampoco lo sabría, pero fantasma o no, sé que existe, yo la siento fría y sólida, me guía por el pasillo hacia el silencio último de todos los pasillos y puertas.
Con la otra mano puedo rozar la pared, retazos y fragmentos de sonrisas, una pared que aun sin mirarla estaba sin pintar, un rincón del aire que tampoco conocí, una lágrima indecisa en el ojo, un despertar de pesadilla. Siento la pared más cerca y más fría, cada vez más cerca. La mano que me guía aprieta más fría y más fuerte, cada vez más fría. Mis pasos siguen avanzando pero como si no hubiera habido uno anterior. El suelo desaparece luego de tocarlo porque no lo siento, cada paso se esfuma en lo negro porque nadie los ve ni los oye. Siento la pared más cerca, ya no tengo casi que estirar el brazo para tocarla. Está más fría, más cerca, como la mano que me guía.
Sigo rozando fragmentos con la mano, pero ya no es la mano que pudo haberlos tocado o que los tocó alguna vez. Siento la pared más cerca. El pasillo ya casi se cierra. Puedo sentirlo en el aire que no tengo y que tampoco me falta. La mano fría me aprieta más fuerte pero no me duele. Sí, ya sé. No falta mucho. Quiero abrir los ojos y ver algo, aunque sea oscuridad, pero verla. Ver la oscuridad, como cuando abrimos los ojos antes de despertar. Pero dijo que cerrara los ojos, tengo miedo de que me suelte. La mano está más fría, me aprieta más fuerte y no me suelta.
Mi otra mano ya no puede tocar nada más. Todas las imágenes se comprimen en mi cuerpo y me aplastan. La pared me aplasta, sin dolor, y la mano fría tironea en sus últimos intentos. Sí, ya sé. No falta mucho. Pero mis pasos ya no pueden seguir a nadie. Enloquecieron al no escuchar sus propios ecos y se desvanecieron en ellos mismos. Creo que podría estar pasándome lo mismo a mí. Tengo frío.
La pared cerró el pasillo. 
Ya no hay pasillo. Ahora es pared. Creo que estoy dentro. Y la mano fría me sigue sosteniendo la mano fría. Me tranquiliza con una caricia de huesos. Mi otra mano está libre ahora, pero tampoco ve, ya no hay nada ni algo que ver. No toca ni el aire que no hay. Podría tocar la nada pero tampoco existe. Esto es lo Concreto. Sé que si abriera los ojos, tampoco vería. Aquí en sus huecos ver no existe. La mano fría me acaricia huesuda.
- No abras los ojos, que ya llegamos.

miércoles, 29 de octubre de 2014

En este haiku / Confieso que siempre fui / Mentiroso. (IV)

Desaparezco
Cuando el poeta ciego
Decide verme.

Un día contáme
Sobre aquella máscara
Que juraste ser.

En el silencio
Renacen otros rostros
Ya olvidados.

¿Dónde esconderse
Durante las ráfagas
De nuestro olvido?

Mi mente insiste
En fotografiar cosas
Que yo no lloré.

Memoria muerta. 
La esquina sin ecos.
La calle sin voz.

En mi memoria
Permanece tu sombra.
Vos ya te fuiste.

Todo nos miente.
Desconfiar es la clave...
(des)Confía en mí.

Negra la tumba
De mis antepasados.
Ya no hay flores.

Ayer un nene
Dormía en la vereda.
Hoy llueve mucho.

Son ya dibujos.
Naturaleza muerta
De otras veredas.

Si llego a dormir
Y tu sombra me abraza
Yo abrazaré sueños.

Es en tu canto
Que encuentro la mejor
Canción de cuna.

Siempre me encontré
En un beso que tu piel
Me da dormida.

Cien años después
Yo seguiré esperando
Un latido más.

martes, 28 de octubre de 2014

De donde vienen las sombras

La construcción de un otro siempre será secreta. Como secreto de espejos, sucedemos en los momentos en que nadie nos ve, y ahí es cuando morimos un poco. Angustia en el desgarro del otro lado de la piel, del otro lado de la carne y de los ojos. En cada rincón sucede el terremoto, y la sangre de la vida que nace detrás del hueso nos llena. Nos ahoga. 
La sangre nos está ahogando. 
La sangre nos está ahogando. 
La sangre nos está ahogando. 
Nos está ahogando. 
La sangre nos está ahogando y no es la nuestra. No. Es del otro que nace cuando nuestra sangre ya prefiere no ser sangre, y ser fuego. Y los huecos de la Muerte prefieren pasarnos de largo para que nos ahoguemos un poco más.
La sangre se drena por algún suspirar, y veces sucede que nos ahogamos de suspiros también. Pero el otro no nacerá en nosotros. No podemos morir enteros. El creador de los espejos nos ha robado ese derecho. Los únicos que mueren, son los vivos. Los únicos que nacen, son lo muertos. Y nacen sin cesar, de algún lado del espejo, aquel en el que nosotros no estamos. Susurré que estamos en el medio. El cristal nos parte al medio, y aun así, no nos desfigura. En ese segundo, la sombra es la que se alarga en paralelo, porque es la única que comprende la maquinaria del espejo que siempre será secreta.
El mundo podría caber en esa línea de cristal.

Escribir esto es inútil.
Mi mayor pecado es decir esto con el mayor sentido literal. Un libro me grita que hay metáforas más reales que las personas que pasan por la calle.

viernes, 10 de octubre de 2014

...Y los sueños, sueños son

Un principal problema con la vida como única forma de vida, después del problema que sugiere vivirla, es que cuesta creerle. Todo miente. Todo miente diciéndonos verdades a la cara, cachetada tras cachetada imaginaria. Cuando no puedo existir es el momento en que precisamente en algún rincón existo. Todo nos miente. Pero no hay que pensar en eso. Hay una puerta trasera del universo que siempre nos será oculta y hay un gran misterio que sabemos bien, pero que nunca descubriremos. Lo cubierto nos tranquiliza. Lo vedado nos atrae. Nos atrapa lo que se insinúa y se sospecha, pero no esa carne otra que es... 
No quiero (no sé) completar la frase.

Tal vez, en el último segundo, surge algo desde lo más latente del alma y las novias no quieren que se les quite el velo delante de la cara. A veces sueño que el mundo tiene un enorme velo de novia en la cara y que las personas ven todo como si pudiera ser real. Después se dan cuenta que ellos son sólo producto de mi sueño y me matan. Entonces despierto y apago el despertador. Voy sin abrir los ojos hasta la cocina porque me gusta el trayecto familiar y frío del departamento. Me preparo café y lo tomo hasta la mitad. Me visto sin intención y me calzo el sombrero. Salgo al pasillo y cierro la puerta. Recién en el espejo del ascensor me doy cuenta que yo no tomo café. Y despierto con el beso soñado de alguien, y me abraza y siento que la abrazo, hasta que sale del armario un cuervo gigante que nos come a ambos. Y despierto otra vez y tengo una vida tan conocida y real como la anterior, que se siente tan real como un sueño en el que te asesinan. Y vuelvo a despertar. Y nos pasamos la vida despertando de sueños.
Apúrense a leer esto antes de que despierten. O tal vez quieran hacer algo más interesante como volar un momento. Pero si leen esto, y me encuentran por la calle, agárrenme por la espalda y tirenme debajo de un colectivo. O si prefieren, dispárenme en la frente. Yo los entenderé, porque los estoy soñando. Y no ser real es bastante injusto.

sábado, 4 de octubre de 2014

Un pacto fáustico (II)

Mandinga se escurrió por uno de los inodoros del baño de la estación. Se acercó, transformado en un viejito con boina roja y bastón, a un joven que esperaba algún micro con valijas en los pies y cara triste. Se sentó a su lado.
- Todas las sombras pueden alcanzarte, pibe - dijo- Lo que hacés es tonto.
- Sí. Ya sé. Pero la Ciudad se me construye enorme a cada paso, no puedo quedarme. Todo me dice que huya.
- ¿Y qué le tenés miedo?
- A no volver. Temo convencerme tanto, tan bien, que no vuelva ni para verla a ella... Ni de lejos.
La estación estaba tan callada que ni las personas a su alrededor se escuchaban. Estaban solos, rodeados de los reflejos de aquellos que nunca ven ni son vistos.
- Te propongo un pacto entonces - dijo Mandinga- Yo te aseguro y logro que vuelvas y que la veas una última vez. A cambio, vos me das tu alma.
El joven observó detenidamente al viejito con su boina.
- ¿Sos el diablo? - preguntó.
- Sí.
- Pensé que no existías.
- Todo existe. En el momento correcto... Hoy, por ejemplo, existo. ¿Qué decís?
- Que no estoy seguro de querer perder el alma que hasta hace dos segundos no creía tener. Tampoco me parece un trato justo.
- No es tan grave - dijo Mandinga acomodando sus manos en el bastón- Es como perder la sombra... sólo que es más difícil conseguir una nueva.
- Ya perdí una sombra. Y no fue muy bueno. Tampoco quiero estar seguro de que volveré. Me volvería loco esperando eso. No quiero estar seguro de nada. Mejor dejémoslo al azar.
- El azar hoy no existe.
- ¿Entonces qué? - exclamó el joven- ¿Hay un destino y todo eso? ¿Qué sentido tiene el pacto, si todo está ya escrito?
- ¿Escrito? - rió Mandinga- Sos libre, pibe. Está en vos hacer o no hacer el pacto. Pero tu azar se limita en confiar si estoy diciéndote la verdad o no.
- Prefiero no hacer ni saber nada entonces, gracias - contesta.
Y jugadas sus cartas, Mandinga se aleja a paso lento. Un paso y bastón a la vez. Los reflejos comenzaban a ser personas disfrazadas de personas apuradas por tomar un micro.
- Capaz un día de estos sí exista el azar - dijo el joven a sus espaldas.
- Capaz - repitió Mandinga, y siguió caminando victorioso- Aunque sabés bien que ese día podría mentirte.
- Sí... Ya sé.

lunes, 11 de agosto de 2014

El mar ya no tiene significado

La hora que estoy seguro que no tengo se me escapa en un temblor, en un susurro, se me escurre, en los puños arrugados, en las líneas de las manos y el cuerpo. Va a llegar un momento en que todo ese tiempo ausente explote, en aquel reloj o en otro, en este, y explotará para siempre, esparciendo el silencio y los cuervos desde lejos hacia lejos. Entonces, ya nada me habrá mañana o ayer. Ya ni el mar tendrá significado.
La Ciudad se me construye enorme a cada paso. Más asfalto se vuelve, y más enorme se hace a cada paso, y más lluvia vieja piso entonces, y más pasos tras mis pasos a cada paso sospecho, sospecho que son mis pasos los pasos que piso mientras más enorme y lluvia se hace la Ciudad a cada paso, y más enorme se hace. ¡Y más enorme! ¡Y gris! Lluvia, rincones y veredas sin esquinas, que son pasillos justo antes de lograr el parpadeo. 
Yo sólo creo recordar el camino a casa, o a una casa cualquiera, media en ruinas detrás de un antifaz. En ruina también los ojos que no se pueden esconder.
- ¿Hay algo que pueda esconder los ojos?
- No. Porque los ojos no están sólo en los ojos.
No recuerdo quién dijo qué. Ni si fui yo, si estuve ahí... Pude haberlo imaginado. Como esta noche imaginaria de faroles rotos, tal vez sí sentida por mí, pesadilleada por mí, acurrucado en uno de esos cordones como un perro o niño de esquina. Y la lluvia nunca está de más.

Porque hay un rincón en el mar que nunca visité. Es que no me atrevo. Casi sólo por ese miedo me escribo: para que el espejo no me espere despierto, ni tampoco me sueñe, porque cuando llegue el momento, y el tiempo ausente explote, ninguna metáfora del mar me salvará de la tierra, que es mía, y ni siquiera quiero.

martes, 15 de julio de 2014

Burocracia infernal

Es curioso cómo todos los religiosos y los libros hablan del Infierno, de cómo las almas pecadoras serán atormentadas, pero no cuentan todo el tramiteo previo que hay que hacer para ingresar y finalmente comenzar a sufrir. El Diablo, así como todos se lo imaginan, es alguien muy organizado y riguroso: siempre calculador en sus ofertas, recto en sus contratos, que una firma aquí, un rasguño de uña allá, un poco de sangre del dedo medio acá y ya está. Se dice que sólo por diversión estudió Administración de Empresas en una universidad francesa el siglo pasado y que ahora es dueño de algunas multinacionales, pero el Infierno fue desde siempre un infierno burocrático. Algunas lenguas rápidas aseguran que también Max Weber era el Diablo en realidad.
En fin, las personas mueren. Sus cuerpos comienzan a desaparecer bajo la tierra, el fuego o el olvido. Si el Diablo las reclama, las almas descienden hasta sus dominios y aparecen en una inmensa habitación blanca, tal vez sea gris, donde otras miles de almas hacen una fila recta. Hay un pequeño cartel que dice "Saque numerito y haga la fila". El papel con el numerito arde sin consumirse, y como no existen los bolsillos allí abajo, las almas son torturadas con una levedad maléfica mientras esperan.
De vez en cuando se ven pasar seres grises sin forma precisa, como los restos de la sombra de un fantasma. Deambulan con un sentido misterioso a lo largo de la fila, observando con sus caras vacías a las almas. A veces se les da por molestarlas y se ponen a conversar entre sí gritando, o se paran demasiado innecesariamente cerca, y se rascan y tocen, o siguen deambulando por ahí como diciendo "Miren, nosotros podemos ir adonde queramos y ustedes no".
A diferencia de lo que creen algunos, existe la temporalidad allí abajo, sólo que de forma irracional, incomprensible. Los minutos y los años podrían ser la misma cosa dependiendo de un factor que no se puede descubrir. El único reloj que hay, en una pared lateral demasiado lejos como para verlo bien, es una mentira. El Diablo lo puso ahí porque le pareció gracioso.
Puede suceder que un alma esté llegando al escritorio al final de la fila y de repente, por un capricho del tiempo, vuelve a encontrarse en el fondo, atrás del todo. La mente se encuentra en una constante inestabilidad nula insoportable. No hay nada en qué pensar o ver de verdad. Sólo la fila y su final. Y los numeritos siguen ardiendo.
Cuando se llega al escritorio, hay uno de esos entes grises sin rostro o forma que pide el numerito. A veces dice que el numerito está mal y manda a las almas al comienzo de la fila. Otras, dice que tienen que esperar un momento mientras hace nada con su cara de nada. Otras veces pide nombre, fecha de nacimiento, cantidad de hijos y amantes, religión, datos del padre, de la madre, si se tiene conocimiento de algún pacto o contrato que éstos hayan realizado con el Diablo, si se tiene conocimiento de algún pacto o contrato que cualquier otro miembro de la familia haya realizado con el Diablo, posesiones materiales que se dejaron, y un etcétera muy grande. Si todo está en orden (de lo contrario, al fondo de la fila de nuevo), el ente gris les da un formulario con una larguísima y absurda lista de pecados en la que se debe marcar con una cruz aquellos cometidos. Al terminar, el ente compara y verifica con una lista propia que el alma en cuestión haya dicho la verdad (de lo contrario, al fondo de la fila de nuevo).
Si el alma efectivamente marcó todos los pecados que cometió en vida, el ente se deja poseer por la violencia de los sellos y biromes. Golpea y garabatea con fuerza el formulario y lo guarda en un cajón. Luego, con un "Muchas gracias" y un "Bienvenido al Infierno", le indica al alma la puerta roja en la pared del fondo detrás del escritorio, que es la misma que hay en la otra punta de la habitación, al principio de la fila, sólo que nadie la vio o ya nadie se acuerda en ese punto.

viernes, 11 de julio de 2014

Los Buscadores de Tristezas

Suele existir, generación en generación, un grupo de personas a los que se les llama Buscadores de Tristezas. La gente sin dos dedos de frente se los confunde con los masoquistas, pero en realidad son personas muy distintas, es más, los Buscadores de Tristezas detestan a los masoquistas. Éstos obtienen disfrute de la tristeza y el dolor. Los Buscadores de Tristezas no obtienen disfrute alguno en sus días, sólo creen desde el fondo de su alma que el sentimiento más verdadero y digno, después de la nulidad, es la tristeza. Sostienen que la felicidad y demás abstracciones de diccionario son cosa ficticia y que para vivir en el mundo real hay que alejarse lo más posible de todo eso. "La vida sólo nos llama para ser tristes", suelen repetir y repetirse.
Así, los Buscadores de Tristezas van por las calles esperando que la pesadumbre caiga con la lluvia o desde algún edificio. La mayoría de ellos prefieren vivir solos en departamentos pequeños de cuarto piso, sin muchas cosas que observar, con una sola ventana que no deje ver más que una pared y con pasillos llenos de ecos. 
Elijen también visitar solos cafés y restaurantes. Se sientan en un rincón, piden algo al mozo, se ponen a extrañar a alguien, no suelen terminar de comer nada de lo que pidieron y se van luego de unas horas. Otros Buscadores más experimentados saben que para mayor tristeza es mejor vivir e ir a comer acompañado, pero sintiéndose solo de todas formas.
Todos leen el diario lo más que pueden. Esperan encontrar alguna noticia absurda, notablemente triste, de grito sangriento y objetivo. Por eso siempre los ves caminando con un diario bajo el brazo, aunque también siempre llevan consigo objetos de gran valor sentimental, como libros, cartas, fotos y sombreros, con intención de que un día se les pierda sin saber dónde.
Ven películas tontamente tristes, pasan solos las fiestas, trabajan por un dinero que no les alcanza, no asisten a funerales porque buscan la tristeza de no haberse despedido de nadie, escriben por costumbre y por odio, hacen largas filas de burocracia sin esperanza alguna, caminan sin levantar la mirada del suelo.
Los que llevan mucho tiempo en esto, suelen ir a bares a angustiarse bajo un copa de alcohol y conocer a alguien. Buscan a alguien que pueda quererlos y que ellos puedan querer. Llegan a quererse y después se alejan sin explicaciones, para que duela más. Sólo buscan la tristeza propia, no causarla a los demás, por eso, cuando se dan estas situaciones, se ponen más tristes aún.
A veces los Buscadores de Tristezas deciden suicidarse. Pero en secreto. Sin escándalo, ni últimas palabras. Se suicidan naturalmente, acostándose en sus camas frías, sin sombras en los ojos, respirando sus latidos cada vez más lentos y solos. El resto de los Buscadores de Tristezas sienten pena, admiración, y se entristecen mucho. Pero nadie asiste a los funerales. Y a veces nadie se acuerda del cajón o de lo que hay dentro.

jueves, 3 de julio de 2014

Temor (III)

El silencio tampoco dijo nada por unos segundos.
Hasta que dijo:
- ¿Ya pensaste cómo se llamaría tu película?
- Podría ser la continuación de la tuya... Incluso podría ser la misma.
- Es verdad. Pero sólo una tendría éxito. La otra sería plagio.
- Podríamos ser una sola película. Cortita.
- Pierde fuerza. Deben ser dos por separado. Temo que con un mismo final.
- ¿Y cómo es ese final? -
- Con alguien yéndose. -
- Con todos yéndose. -
- Sin rincones en los bolsillos. -
- ¿Y cuándo termina? -
- Cuando todos se vayan. -
- Y las palabras ya no insistan. -
- ¿Y quién se queda? -
- Nosotros no. -


Escena 9. Toma 1.
Unos pasos caminando sobre algunas hojas especialmente secas. No quieren saber nada con el fuego ni con el llanto, sólo con pasear. Caminar un viaje cualquiera pero lejos por favor lejos. Lejos. Temen volver antes de estar lejos. Incluso de esas hojas secas.
Lejos, por favor, lejos. Donde no se sepa del temor, tampoco del tiempo.

Escena 2. Toma 1.
Un fantasma solo en su casa sola. Se pasea por los pasillos y habitaciones, viéndolos vaciarse y oscurecerse más y más. El silencio le recuerda una canción que nunca sonó.
El fantasma teme recordar que aún está vivo.

Escena 7. Toma 1.
Una niña temblando en las sábanas. No tengas miedo, le dice él. El monstruo no te hará nada si yo estoy cerca, linda... Acercáte, más... Más cerca, linda, vení... Ella lo hace porque de noche le teme al monstruo de abajo de la cama.
Me temo que no sabe que el monstruo es el que mete entre sus sábanas.

Escena 16. Toma 1.
Un poema que no existe sobre un página en blanco. Algunos temen un día encontrarlo en algún libro. Otros saben que no sucederá, que nadie se atreverá a escribirlo.
El poema sólo teme dejar de ser poema.

Escena 19. Toma 1.
Una sombra luchando contra el viento del muro. La tiene bien agarrada, la ata cada vez más fuerte en los ladrillos grises. El viento no la dejará escapar. La hará sangrar negra y largas horas de la tarde. Sus intentos serán vanos y su tristeza eterna.
La sombra le teme al muro. Teme dudar existir.

Escena 17. Toma 1.
Un abrazo que por desahogo no quiere desarmarse. Los pechos entrelazados se sueñan desnudos en el latido del otro. Las luces se les apagaron hace unas noches, y las persianas siempre estuvieron cerradas. La puerta siempre se sugirió abierta. Ellos no lo saben.
El abrazo teme que las luces se prendan.

Escena 25. Toma 1.
Un reflejo en el espejo de los ojos rotos. Están empañados y poco pueden ver. El reflejo teme hundirse en ese lagrimeo también roto, pero el roto es él mismo. Chau, dice, y el reflejo desaparece de esos ojos, que ahora lloran enteramente.
El roto es siempre el que se va.

- El temor es siempre el que se queda. -

domingo, 29 de junio de 2014

Tachones

El cuaderno está completo y lleno de tachones. Una página al azar y ahí están, los tachones, mostrándonos la cantidad de veces que nos hubimos hemos equivocado. Y siguen ahí, por más que la mente, que no funciona si no es con tachones, haya corregido el error.
Hoy sospecho que ese es el punto: no corregimos nada. Sólo tachamos, ocultamos, fingimos dejar de ver algunas palabras, acaso erróneas. Aquellas que no escribimos, se nos insinúan como algo peor. Y por eso también las hemos tachado.
Un día, hojeando un cuaderno, dijo:
- Tachas demasiado. No dejás rastro de las palabras. Las lapiceras se te deben acabar rápido.
- No tanto. Más rápido se me acaban los cuadernos.
Yo decía la verdad. Ella se equivocaba, porque las palabras siempre dejan rastro, con el simple pensarse existen, y resuenan. Los tachones y las cicatrices son los ecos del cuaderno. Las palabras podrán permanecer ocultas, mudas, a los ojos ajenos, pero uno sabe que están ahí, como la sombra debajo de las sábanas, no acechando, agonizando, en un devenir que no llega, en una enredadera de tinta tóxica que no puede matarlas pero que lo haría con gusto.

Hoy sospecho que tachar se me está volviendo un vicio, así como sonarme los huesos, como el extrañamiento en el muro, como el soñar. Pero la gestión de un vicio no debe impedir el procedimiento de otro. Y yo seguiré tachando un nombre en mi mente.

Algos

Algo así como una angustia atragantada.
Algo así como un perdón, que no se desenmascara ni con la sangre más sangrienta de las esquinas.
Como un aullido de color negro, en los bosques sin árboles. O un bebé con ojos que no brillan, que no brilla ni llora.
Algo así como la plegaria de quien no sabe qué cosa es Dios. Como quien escribe la palabra sin conocerla.
Algo así como una abstracción, que se vuelve concreta en el pensamiento, invisible en la sensación.
Algo como un poema que no puede construirse en los recuerdos. En el papel tampoco. Su título nos odia.
Algo como un abrazo de horas, que te aprieta tanto que te rompe todos los segunderos. Éter eternizador. Éter eternizante.
Como un despertar en elipsis.
Algo así como morir sin necesariamente hacerlo.
Algo así como vivir sin necesariamente hacerlo.
Algo así como todo lo que puede devenir en silencio.
Algo así como todo eso.
Algo así como nada eso.
¿Cómo (no) estar seguro?

Podría ser tu sombra.

Un pacto fáustico

Mandinga salió dudoso por una alcantarilla. Se acercó, transformado en un perro sin raza y mugriento, a un chico que hacía malabares con pelotitas en un semáforo. Antes de que la luz se hiciera verde el chico pasaba por las ventanillas de los autos pidiendo monedas en el lenguaje de los ojos. No le dieron. Ya no muchos conocen ese lenguaje. Lo mandaron a laburar en español.
Mandinga rozó su hocico con la pierna del chico. El lo miró divertido y tiró una de sus pelotitas por la vereda para que se la traiga. Mandinga ni se movió.
- Si me das tu alma, pibe - dijo con voz hueca de ataúd, haciéndose el verosímil-, puedo hacerte rico. Riquísimo y poderoso. No tirás nunca más una pelotita al aire. A cambio, sólo pido tu alma.
El semáforo se volvió a poner en rojo. El chico miraba a la bestia, avergonzado.
- ¿Qué es alma? - preguntó sin entender.
Y Mandinga, derrotado, con la cola entre las patas, se escurrió por un bocacalle hasta las profundidades de la Ciudad.
Ese día el chico ganó ocho pesos con treinta y estaba triste.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Don Cualquier Hombre (II)

Una noche, Don Cualquier Hombre golpeó la puerta de una calle cualquiera, que quizá posee nombre en algún mapa olvidado de tanto que se recordó. Golpeó, como esperando que hubiera dado con la correcta por alguna tirada de dados del destino, tal vez por una apuesta a su favor. Porque a ese lugar sólo llegan aquellos que no saben dónde está.
Escuchó cómo sus golpes atravesaban la madera y viajaban por el aire del otro lado de la puerta. Los escuchaba lentos, tranquilos, sin tiempo, hasta que rebotaron en los rincones donde siempre mueren y vuelven como fantasmas. Fueron los ecos los que le abrieron la puerta.
Don Cualquier Hombre avanzó sabiendo que lo esperaban y que la puerta se cerraría tras de sí con otro eco implosionado. La negrura lo rodeaba. Lo susurraba, lo escalofriaba, lo cuervotizaba. Le era imposible precisar el tamaño del lugar, podía tratarse de un bar cualquiera como de uno infinito. La única luz que había, colgaba del techo que también era imposible de ver, y se sostenía miserablemente sobre la mesa de juego, un escenario repleto de arena lisa y opaca que formaba un semicírculo. Los demás hombres ya estaban sentados en sus lugares y sólo quedaban dos sillas por ocupar. La que dispondría de las cartas y la del último jugador. Don Cualquier Hombre se sentó allí sin decir nada. Lo habían esperado.
Durante unos momentos, el silencio fue total. Nadie se miraba, espantados por la idea de que los ojos también pueden decir, gritar y susurrar secretos. El juego se trata de esconderlos. Nadie desea perder antes de que se repartan las cartas.
Lentamente. Como siempre. Una figura oscura que humillaba a la negrura de aquel antro comenzó a acercarse por detrás de la última silla vacía. Ocultaba sus manos entre sus ropas y su rostro debajo de una larga capucha. Desde lo negro, los miró un segundo, y la luz apenas alcanzó para sugerirles a todos los jugadores una cara pálida y un par de huecos que los veía. Pero bajo la luz se les presentó algún otro. Un anciano se sentó en la silla vacía. Su rostro y sus ojos blancos lo declaraban muerto desde hace tiempo, al igual que sus ropas de polvo desgastado. También llevaba una boina verde, o quizá roja, que producía un fulgor que les recordaría a los halos de los ángeles si éstos no hubieran dejado de existir en sus memorias.
El Emboinado dirigió su mirada ciega a todos y les habló con palabras que no provinieron de su boca, sino que nacían en los oídos de ellos, disfrazadas de murmullos, de confidencias de una noche de esquinas que no termina bien o nunca.
- Se ocupó la última silla - susurraban las palabras del Emboinado- Quién sabe... tal vez demasiado lo hemos esperado. Pero llegó, quizá muy temprano para lo que es una espera. Aquí el tiempo es moneda corriente, es lo único que todos tenemos en común. Así que juguemos. Jueguen, con el tiempo que les queda en esta eterna sala de espera. Jueguen, hasta que se termine.
Frente a los jugadores, surgieron de la mesa de juego, como en un efecto opuesto al de las arenas movedizas, fichas y fichas de arena apiladas al mejor modo de los casinos. 
- Las cartas se reparten, en un juego que ya todos sabemos jugar. Quién sabe... tal vez demasiado bien. Así que apostemos. Apuesten, por el sentido que puedan encontrarle a la espera.
El Emboinado comenzó a mezclar las cartas. Poseía una agilidad inverosímil con sus manos de venas grises. Las repartió, y por primera vez, los jugadores se miraron. Don Cualquier Hombre se sorprendió al ver que uno de ellos llevaba una máscara, o mejor dicho, una no-cara, algo vacío, hueco, que hacía imposible verlo en realidad. Todos sabían que ese sería el primero en perder.
Mano tras mano, las fichas de la no-cara iban desapareciendo. Arriesgaba alto, apostaba demasiado de su tiempo rápidamente y los demás se encargaban de robárselo. A Don Cualquier Hombre se le ocurrió que a lo mejor le estaban haciendo un favor. Nadie que sepa mentir pierde así en el juego, a menos que se haya cansado de ir por ahí sin cara por haber olvidado la propia en algún fingir. Un jugador con sombrero fue el que terminó de robarle sus últimas fichas de tiempo, y la no-cara cayó, suavemente muerto sobre la mesa de juego. La arena comenzó a subirsele por la cabeza, como una peste que avanzaba por todo su cuerpo, hasta que quedó completamente cubierto.
El juego continuó. Las cartas seguían revelándose violentamente, se intuían en secreto y muchas veces eran ellas las que mentían. Las fichas, los años, se amontonaban en diferentes manos y vidas ajenas. Uno a uno, los jugadores iban convirtiéndose en arena, en un tiempo que perdieron mucho antes de entrar por aquella puerta. Cada vez que alguien perdía, el Emboinado se reía sin abrir la boca y les susurraba palabras halagadoras, e incluso a veces parecía aconsejarlos.
- Bravo. Recuerden que el peor pecado de un mentiroso es creer que nunca lo descubrirán.
- Estuvieron muy bien. Pero tienen que saber que en este juego, las pieles y cartas marcadas los harán perder. No confíen en sus pieles.
- Mentir no es la única forma de ganar. Tampoco la única forma de perder. Mentir sólo es la única forma de seguir jugando.
Tal vez pasó demasiado tiempo hasta que solo quedaron dos jugadores. Don Cualquier Hombre y el del sombrero tenían casi la misma cantidad de tiempo. El resto yacía muerto y arena sobre la mesa. 
- Algún día, un viento los esparcirá eternos - les susurró el Emboinado mientras repartía las últimas cartas- Ahora juguemos. Jueguen, hasta el último segundo que ganaron en esta espera.
Tal vez pasaron demasiado tiempo mirándose, viendo la mentira en el rostro del otro antes de apostar y jugar una carta. Tal vez sigan mirándose hoy, esperando algún error que les haga ganar. Tal vez lo cierto sea que Don Cualquier Hombre ganó, fingiendo revelar una verdad que en verdad era mentira. El del sombrero, muerto sobre la mesa se volvió arena, víctima de una mentira que había extendido sus patas hasta lo incalculable.
Don Cualquier Hombre vio las fichas y fichas de arena amontonadas frente a él. Todo ese tiempo ahora suyo que obtuvo de los demás jugadores, de los que no supieron fingir una verdad como él. Les ganó. Mintió y les ganó a todos. Ganó todo ese tiempo para seguir jugando. Para seguir esperando. Para seguir fingiendo. Para seguir. Seguir. Fingir. Esperar. Hasta tal vez un día descubrirse con una no-cara, un rostro vacío. Y seguir.
- Felicitaciones - le susurraron las palabras del Emboinado en sus oídos, mientras éste se levantaba de la silla y se infiltraba en la negrura hasta desaparecer- Usted ha ganado.
Y Don Cualquier Hombre supo entonces que él no era el mayor mentiroso allí.

jueves, 22 de mayo de 2014

En este haiku / Confieso que siempre fui / Mentiroso. (III)

En tu mirada
Encuentro ríos. ¿Te acordás
Del que no viví?

Círculo eterno
Básico y vicioso
Del no terminar.

Aún se escucha

El humo del silencio
De la voz rota.

Mis hojas saben
Que dormir y no soñar
Es desperdicio.

Solo una llave.

En la bola de cristal
Hay muchas puertas.

Cuando nos sobran
Las sombras que nos siguen
Tiempo es de morir.

Es un reencuentro
Esto de la birome
Y mis fantasmas.

El laberinto 
Esconde más pasillos
De los que vemos.

No pude saber
Si la obra era real, o un
Efecto del sol.

Pieles marcadas.
En el juego de fingir
Nos harán perder.

Sos más hermosa
Sin mayúscula o punto
Que te aprisione.

En algún rincón
De esos sin voz, sin luz,
Sé que está ella.

La Muerte sabe
Todas mis direcciones.
Y soy moroso.

Dirán demasiado
Sobre tus llantos. Que son
Fríos. Que son reales.

No fue un sueño
El despertar que anoche
Me dejó dormir.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Ver de frente la cara de...

La desilusión...

Abrir la puerta del edificio. Caminar hasta las puertas del ascensor. Apretar el botón para que el ascensor baje. Pensar cuánta vida se perderá esperando ascensores. Abrir la puerta corrediza. Abrir la puerta corrediza y enrejada del ascensor detrás de la primera puerta corrediza. Entrar al ascensor. Cerrar todas las puertas. Apretar el botón del piso de tu departamento. Mirarse al espejo. Pensar por qué ponen espejos en los ascensores. Leer la cantidad máxima de kilos que resiste el ascensor. Pensar que los espejos están para discriminar el peso de las personas. Aguantar el golpe en el estómago que da el freno del ascensor. Abrir la puerta corrediza y enrejada del ascensor. Abrir la puerta de madera detrás de la puerta del ascensor. Escuchar: Ay, no... No era tu mamá.
Ver una señora cargando en brazos un niño triste que te mira. Mirar al niño.
Ver de frente la cara de la desilusión.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Cronotopero

Si han tenido la suerte de visitar la biblioteca mecánica de la famosísima Universidad de Noseméo Currenom Bré, tal vez pudieron prestarle atención al gran escritorio que hay al final de la galería número 32 del segundo piso. Un escritorio de madera ya vieja y con manchas de tinta y café que hoy en día no es utilizado mas que como escenario de amoríos precoces entre los estudiantes. Pero hace algunos cuantos años era el lugar de trabajo de lo que algunos llamarían un genio de la crítica, y algunos otros, un tonto al que criticar. Estamos hablando, claro está, del célebre cronotopero Tiburcio Ravioles.
Luego de ser reemplazado de su puesto de bibliotecario en Noseméo Currenom Bré por los autómatas mecánicos que vemos hoy, decidió dedicar su vida al estudio (obsesivo, por supuesto) de los cronotopos. Habiendo analizado minuciosamente la teoría de relatividad de Einstein y cómo Bajtín la había aplicado, con sus respectivas salvedades, a la literatura, llegó a la conclusión de que este último apenas había profundizado su tesis a la hora de enumerar los cronotopos que funcionan en el mundo literario. Tiburcio Ravioles se propuso terminar lo que Bajtín había comenzado, obviando su advertencia de que los cronotopos tienden al infinito, pues cada motivo puede ser un cronotopo.
En aquellos años se lo podía observar día y noche en aquel escritorio al final de la galería 32 del segundo piso, tipeando en una máquina de escribir sus descubrimientos, rodeado de papeles tachados y arrancados de cuadernos, con novelas y novelas de diferentes épocas y géneros sobre la tabla, con libros apilados en el suelo que exhalaban un polvillo liviano que bajo la luz amarillenta, lucía antiguo.
Cuando finalmente Ravioles publicó su libro Cronotopos de la literatura, tuvo una gran repercusión y una suerte de fama que lo hacía respetable en los círculos intelectualoides de la época. Sin embargo, los que decían saber lo acusaron de no entender las teorías bajtinianas, que lo suyo era un mero guiso espacio-temporal. Se desentendieron públicamente de cualquier cosa que ese libro pudiera decir y le prohibieron la entrada a la biblioteca mecánica de Noseméo Currenom Bré para que nadie relacione a la universidad con ese cronotopero. Pero Tiburcio Ravioles continuó su trabajo y llegó a publicar dos tomos más. En menos de quince años se había hecho dignamente de una fortuna considerable para lo que era un hombre sin familia ni otros intereses como él.
En el último tomo de Cronotopos de la literatura encontramos a modo de conclusión, una nota de autor en la que Ravioles repite con un tono triste la observación que al principio había decido obviar:
"Nunca nadie terminaría de encontrar nuevos cronotopos" dice "Aun así, la existencia de éstos no se limita al mundo literario, en donde su estudio se transforma en algo inútil y sin sentido, sino que los encontramos en la vida de forma constante. La promesa acerca de su infinidad es aún más clara ahora. Pero si logramos entender cómo nuestras vidas se enlazan con los espacios y los tiempos, componentes madre de lo todo, del tejido que entrecruza nuestras existencias, estaremos más cerca de comprender el Orden y los más últimos misterios del Universo".
Es comprensible como muchos sospecharon que Tiburcio Ravioles había enloquecido. Durante los años siguientes, se lo vio en casi todos lados. Cafés, subtes, clases escolares y universitarias, esquinas negras, ascensores, copa de todo tipo de árboles, colectivos, taxis, bancos, pasillos, hamacas, y siempre con un cuaderno donde anotaba sus ideas y descubrimientos. Al principio era llamaba la atención de la gente, pero con el tiempo, se transformó en otra sombra que sólo sentís pasar.
Mientras que durante el día se ocupaba de la tarea de recopilar cronotopos en las calles, por las noches volvía a la biblioteca mecánica de Noseméo Currenom Bré, burlando la seguridad de los autómatas que seguían sin envejecer, a diferencia de él y todos. Se sentaba en su escritorio de la galería número 32 del segundo piso y trasladaba del cuaderno a la máquina de escribir. A veces, alguno de los que decían saber se dirigía a la biblioteca atormentado por alguna nocturna duda intelectual y escuchaba, lejano y eco, el sonido de unas manos luchando por plasmar sus ideas en el papel, de unos dedos viejos intentando ir tan rápido como sus pensamientos. Ellos lo dejaban estar, tal vez inspirados por su pasión.
Y un día, dejó de vérselo.
Así, sin que nadie se diera cuenta. Y nadie se preocupó. Incluso hoy nadie se preocupa. La mayoría sospecha que se mudó a lugares más extravagantes para seguir descubriendo cronotopos. Pero lo cierto es que sus últimos estudios siguen sin salir a la luz.
También es cierto que se lo extraña al viejo cronotopero.


*Es un secreto y una verdad que sus últimos estudios, en realidad, fueron encontrados por un estudiante que simpatizaba con sus libros. Encontró en el rincón de un estante de la galería 32 del segundo piso, cientos y cientos de páginas escritas a máquina, repletas de los cronotopos más insólitos. Entre ellas, encontró una arrancada de un cuaderno y escrita de la mano del mismo Tiburcio Ravioles. Decía:
"Si alguien encuentra estas hojas y las lee, que sepa que son una cosa inútil. De nuevo, mis descubrimientos me llevan más lejos. La vida está repleta de cronotopos, como expliqué demasiadas veces, pero lo cierto es que los únicos cronotopos que existen por sobre todos los demás son solo dos: el de la Vida y el de la Muerte. Uno como contraposición del otro: la Vida, donde el tiempo y el espacio están siempre en un estado de mutación y relatividad, lo que hace imposible cualquier listado que pretenda tener un final y un alcance universal; la Muerte, donde el tiempo y el espacio no existe o permanece constante y estático."
"Los diferentes cronotopos que expliqué a lo largo de mis años de nada sirvieron. En la vida, difieren, y podríamos hablar incluso de uno por cada individuo en el mundo. Todo se vuelve inútil cuando se comprende que el único misterio del Universo es que no exista tal misterio, y que desperdicié mi existencia al tratar de revelar lo que ya todos estamos destinados a experimentar desde el momento del nacimiento. La Vida y la Muerte son los únicos cronotopos que importan. Como obsequios, se nos dan ambos al mismo tiempo. Y yo no voy a esperar más para abrir el que me falta".

lunes, 28 de abril de 2014

En este haiku / Confieso que siempre fui / Mentiroso. (II)

                    Por la escalera
               Tiré todos mis miedos.
               Una gran caída.


               Ella y el mar
               Disfrutan disputarse
               Tu pálida luz.
          
     
               Sólo la lluvia
               Puede consolar mi sed
               De toda tu piel.


               Esperar duele.
               En los rincones sin luz
               La muerte abunda.


               Abrí tus ojos.
               Para vivir tus sueños,
               Dejá de dormir.


               ¿Escribo, sombra,
               Tu destino, o espero
               A ver qué pasa?


               Sólo en el sueño
               Las noches son eternas.
               Las lunas mueren.


               Mucho me oculté
               Donde esos espejos
               No me alcanzaran.


               El viento habla.
               Cuenta secretos. Tal vez,
               Hoy sepa de vos.


               A veces, haiku,
               Diecisiete sílabas
                     Son muy poquitas.



               ¿Se acaba antes
   La estupidez humana
   O este planeta?


               La única forma
         De sentirte cerca, mía,
         Es escribiendo.


               Avanza, sombra,
         Sobre ecos fangosos.
         Silencio y Ruina.



               Soy un fantasma
               Que te aguarda en silencio
               Y muere solo.


               No nos maltrates.
               Enséñanos a amar
               Y te amaremos.


               Las calles gritan
               Por el niño con hambre.
               Ya sé. No las oís.


               Alguien se muere
               Justo en este momento.
               Lo sabías, ¿verdad?