domingo, 29 de junio de 2014

Tachones

El cuaderno está completo y lleno de tachones. Una página al azar y ahí están, los tachones, mostrándonos la cantidad de veces que nos hubimos hemos equivocado. Y siguen ahí, por más que la mente, que no funciona si no es con tachones, haya corregido el error.
Hoy sospecho que ese es el punto: no corregimos nada. Sólo tachamos, ocultamos, fingimos dejar de ver algunas palabras, acaso erróneas. Aquellas que no escribimos, se nos insinúan como algo peor. Y por eso también las hemos tachado.
Un día, hojeando un cuaderno, dijo:
- Tachas demasiado. No dejás rastro de las palabras. Las lapiceras se te deben acabar rápido.
- No tanto. Más rápido se me acaban los cuadernos.
Yo decía la verdad. Ella se equivocaba, porque las palabras siempre dejan rastro, con el simple pensarse existen, y resuenan. Los tachones y las cicatrices son los ecos del cuaderno. Las palabras podrán permanecer ocultas, mudas, a los ojos ajenos, pero uno sabe que están ahí, como la sombra debajo de las sábanas, no acechando, agonizando, en un devenir que no llega, en una enredadera de tinta tóxica que no puede matarlas pero que lo haría con gusto.

Hoy sospecho que tachar se me está volviendo un vicio, así como sonarme los huesos, como el extrañamiento en el muro, como el soñar. Pero la gestión de un vicio no debe impedir el procedimiento de otro. Y yo seguiré tachando un nombre en mi mente.

Algos

Algo así como una angustia atragantada.
Algo así como un perdón, que no se desenmascara ni con la sangre más sangrienta de las esquinas.
Como un aullido de color negro, en los bosques sin árboles. O un bebé con ojos que no brillan, que no brilla ni llora.
Algo así como la plegaria de quien no sabe qué cosa es Dios. Como quien escribe la palabra sin conocerla.
Algo así como una abstracción, que se vuelve concreta en el pensamiento, invisible en la sensación.
Algo como un poema que no puede construirse en los recuerdos. En el papel tampoco. Su título nos odia.
Algo como un abrazo de horas, que te aprieta tanto que te rompe todos los segunderos. Éter eternizador. Éter eternizante.
Como un despertar en elipsis.
Algo así como morir sin necesariamente hacerlo.
Algo así como vivir sin necesariamente hacerlo.
Algo así como todo lo que puede devenir en silencio.
Algo así como todo eso.
Algo así como nada eso.
¿Cómo (no) estar seguro?

Podría ser tu sombra.

Un pacto fáustico

Mandinga salió dudoso por una alcantarilla. Se acercó, transformado en un perro sin raza y mugriento, a un chico que hacía malabares con pelotitas en un semáforo. Antes de que la luz se hiciera verde el chico pasaba por las ventanillas de los autos pidiendo monedas en el lenguaje de los ojos. No le dieron. Ya no muchos conocen ese lenguaje. Lo mandaron a laburar en español.
Mandinga rozó su hocico con la pierna del chico. El lo miró divertido y tiró una de sus pelotitas por la vereda para que se la traiga. Mandinga ni se movió.
- Si me das tu alma, pibe - dijo con voz hueca de ataúd, haciéndose el verosímil-, puedo hacerte rico. Riquísimo y poderoso. No tirás nunca más una pelotita al aire. A cambio, sólo pido tu alma.
El semáforo se volvió a poner en rojo. El chico miraba a la bestia, avergonzado.
- ¿Qué es alma? - preguntó sin entender.
Y Mandinga, derrotado, con la cola entre las patas, se escurrió por un bocacalle hasta las profundidades de la Ciudad.
Ese día el chico ganó ocho pesos con treinta y estaba triste.