domingo, 29 de junio de 2014

Un pacto fáustico

Mandinga salió dudoso por una alcantarilla. Se acercó, transformado en un perro sin raza y mugriento, a un chico que hacía malabares con pelotitas en un semáforo. Antes de que la luz se hiciera verde el chico pasaba por las ventanillas de los autos pidiendo monedas en el lenguaje de los ojos. No le dieron. Ya no muchos conocen ese lenguaje. Lo mandaron a laburar en español.
Mandinga rozó su hocico con la pierna del chico. El lo miró divertido y tiró una de sus pelotitas por la vereda para que se la traiga. Mandinga ni se movió.
- Si me das tu alma, pibe - dijo con voz hueca de ataúd, haciéndose el verosímil-, puedo hacerte rico. Riquísimo y poderoso. No tirás nunca más una pelotita al aire. A cambio, sólo pido tu alma.
El semáforo se volvió a poner en rojo. El chico miraba a la bestia, avergonzado.
- ¿Qué es alma? - preguntó sin entender.
Y Mandinga, derrotado, con la cola entre las patas, se escurrió por un bocacalle hasta las profundidades de la Ciudad.
Ese día el chico ganó ocho pesos con treinta y estaba triste.

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