jueves, 17 de abril de 2014

El Bar

- Es inútil - se lamentó el más viejo de los Hombres Sabios.
- Nunca saldremos de aquí - repitió el loro.
Alejandro Dolina, Bar del Infierno.

El Bar es inacabable. Existe y existió desde que el tiempo tiene principio. Las mesas, la barra, las sillas, las copas, las paredes rojas, los borrachos, las mujeres, todo se extiende y aparece una y otra vez, sumido en una oscuridad tenue, en una luz pobre, a lo largo y ancho del lugar, hasta más allá del horizonte (si se puede establecer que existe uno).
La mayoría de los habitantes transcurre su existencia en el Bar con una regularidad dramática y monótona, contando monedas para poner en la rola la misma canción que ya está sonando, robando besos sin dueños, rompiendo copas de alcohol al tropezar, llorando un amor que se alejó a otra silla. Muchos de los habitantes del Bar son meros clientes, que deambulan por entre las mesas o por la barra hasta que se les da por tomar algo. Cuando terminan, se levantan y vuelven a su caminata sin rumbo (si se puede establecer que existe rumbo alguno) hasta que quieren otra copa, y así desde siempre. Con los mozos pasa lo mismo: no hacen más que limpiar las mesas y los pisos, hasta que viene algún cliente y le sirve. Tal vez intercambian alguna frase.
- ¿Todo bien?
- Bien.
- Qué frío, ¿no?
- No en realidad.
Hay un grupo de habitantes que no piensa en nada más que escapar del Bar. Los Sabios, que dicen saber las cosas y tienen barba, y los Poetas, que dicen entender las cosas y llevan sombrero, son quienes dirigen y discuten el plan. Las voces se mezclan y difícilmente se ponen de acuerdo.
- El Bar es infinito – dicen los Sabios- Existe una salida, pero hacia donde vayamos, no la encontraremos. Estamos atrapados en su infinidad.
- Las salidas son también infinitas – dicen los Poetas-, pero todas son falsas. Lo único real es el Bar.
- Lo único real es lo que hay afuera – refutan los Sabios.
- El afuera no existe – refutan los Poetas.
- Existe la salida, por lo tanto, también el afuera.
- No hay salida verdadera.
- Hagamos una – dice el resto del grupo, que no tiene barba ni lleva sombrero, viendo que el problema recae en la aparente falta de salidas que lleven a algún lugar.
Entonces los Sabios estudian la arquitectura del Bar. Se los ve golpeando las paredes, anotando datos sobre sus pieles ya repletas de conocimientos. Algunos se alejan en busca de rincones débiles y nunca se los vuelve a ver.
Finalmente, los Sabios reúnen al grupo. Han encontrado una porción de la pared que en teoría es la más débil y un mozo ha improvisado una bomba con licores y trapos. Todo está listo.
- Va a funcionar – dicen los Sabios.
- No va a funcionar – dicen los Poetas- Esto ya fue hecho por otro grupo igual a éste en otro sector del Bar igual a éste, y se volverá a hacer. Porque el Bar no puede fragmentarse. Todo seguirá igual.
Se escucha la explosión. El grupo entero se dirige al agujero en la pared.
- ¡Una salida! – gritan los Sabios- ¡Vamos!
Todos atraviesan el agujero, mientras algunos clientes y mozos sin entusiasmo los ven desaparecer. El grupo corre por la oscuridad hasta llegar a un bosque. Siguen corriendo entre sus árboles y cantos de aves. Al atardecer, se detienen en un arroyo a tomar agua, luego siguen y no paran hasta el anochecer, hasta llegar a una playa con un mar negro y un cielo estrellado.
- Es inútil – dicen los Sabios y los Poetas al mismo tiempo.
- Nunca saldremos de aquí – dice el resto del grupo.

 
Mi papá me contó que ese grupo regresó a las instalaciones oscuras de paredes rojas (si se puede establecer que el regreso, cualquier regreso, es posible). Los Sabios ya tenían un nuevo plan para enfrentar el mismo problema.
- El Bar es infinito – decían los Sabios- Debemos construir una ciudad. Construir casas con muchas puertas y ventanas, edificios altos que tapen el sol, fábricas que coman árboles, bares con mucho alcohol. Tenemos que destruir el infinito reduciéndolo en algo más efímero y finito. Que el infinito se vea atrapado en nuestra finitud.
- Es una ilusión – decían los Poetas- Sólo construirán un laberinto hecho de puertas que llevan a otro laberinto igual a ése. Porque el Bar no puede ignorarse. Todo seguirá igual.
En el momento en que los Sabios, que decían saber las cosas y tenían barba, convencían a los habitantes del Bar para empezar a construir, los Poetas, los que decían entender las cosas y llevaban sombrero, les dieron la espalda y desaparecieron por el agujero de la pared. Se fueron lejos y ya casi no se ve a ninguno por ningún lado. En mi vida, yo me he cruzado un par de veces con uno de ellos.
Mi mamá me dijo que la Ciudad se construyó alrededor de ese bar, y que de la Ciudad nacieron todas las demás ciudades y el mundo. Los Sabios construyeron tanto, que pronto todos creyeron en lo efímero de las cosas y olvidaron la infinidad del Bar. Así, todos se volvieron mortales. “Menos mal”, dijo mi mamá, “porque a mí también me aterra el silencio de los espacios infinitos.”
Como ya el mundo alrededor de ese bar parecía tan grande, todos se fueron y el bar quedó vacío con un cartel que decía “Alguien Alquila”.
Muchos años pasaron hasta que un grupo de gitanos trotamundos que pasaba por la Ciudad vio el cartel y entró al bar. Era un localucho viejo, sucio, sin mesas, con una barra sin una gota de alcohol, y un agujero en una de las paredes que parecían ser rojas. Hacía mucho que buscaban instalarse definitivamente en algún lugar del Bar, por lo que tomaron el cartel y lo escondieron debajo del mostrador. “Son herederos del entendimiento de los Poetas”, acotó mi papá para terminar el relato de mi madre. “Son todos unos vagos”, le respondió ella.
Hoy en día, el Gitano a veces se confunde, y en vez de colgar el cartel de “Cerrado”, pone el de “Alguien Alquila”.
Pero no le preocupa. A decir verdad, ya a casi nadie le interesa ese bar.

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