miércoles, 14 de mayo de 2014

Cronotopero

Si han tenido la suerte de visitar la biblioteca mecánica de la famosísima Universidad de Noseméo Currenom Bré, tal vez pudieron prestarle atención al gran escritorio que hay al final de la galería número 32 del segundo piso. Un escritorio de madera ya vieja y con manchas de tinta y café que hoy en día no es utilizado mas que como escenario de amoríos precoces entre los estudiantes. Pero hace algunos cuantos años era el lugar de trabajo de lo que algunos llamarían un genio de la crítica, y algunos otros, un tonto al que criticar. Estamos hablando, claro está, del célebre cronotopero Tiburcio Ravioles.
Luego de ser reemplazado de su puesto de bibliotecario en Noseméo Currenom Bré por los autómatas mecánicos que vemos hoy, decidió dedicar su vida al estudio (obsesivo, por supuesto) de los cronotopos. Habiendo analizado minuciosamente la teoría de relatividad de Einstein y cómo Bajtín la había aplicado, con sus respectivas salvedades, a la literatura, llegó a la conclusión de que este último apenas había profundizado su tesis a la hora de enumerar los cronotopos que funcionan en el mundo literario. Tiburcio Ravioles se propuso terminar lo que Bajtín había comenzado, obviando su advertencia de que los cronotopos tienden al infinito, pues cada motivo puede ser un cronotopo.
En aquellos años se lo podía observar día y noche en aquel escritorio al final de la galería 32 del segundo piso, tipeando en una máquina de escribir sus descubrimientos, rodeado de papeles tachados y arrancados de cuadernos, con novelas y novelas de diferentes épocas y géneros sobre la tabla, con libros apilados en el suelo que exhalaban un polvillo liviano que bajo la luz amarillenta, lucía antiguo.
Cuando finalmente Ravioles publicó su libro Cronotopos de la literatura, tuvo una gran repercusión y una suerte de fama que lo hacía respetable en los círculos intelectualoides de la época. Sin embargo, los que decían saber lo acusaron de no entender las teorías bajtinianas, que lo suyo era un mero guiso espacio-temporal. Se desentendieron públicamente de cualquier cosa que ese libro pudiera decir y le prohibieron la entrada a la biblioteca mecánica de Noseméo Currenom Bré para que nadie relacione a la universidad con ese cronotopero. Pero Tiburcio Ravioles continuó su trabajo y llegó a publicar dos tomos más. En menos de quince años se había hecho dignamente de una fortuna considerable para lo que era un hombre sin familia ni otros intereses como él.
En el último tomo de Cronotopos de la literatura encontramos a modo de conclusión, una nota de autor en la que Ravioles repite con un tono triste la observación que al principio había decido obviar:
"Nunca nadie terminaría de encontrar nuevos cronotopos" dice "Aun así, la existencia de éstos no se limita al mundo literario, en donde su estudio se transforma en algo inútil y sin sentido, sino que los encontramos en la vida de forma constante. La promesa acerca de su infinidad es aún más clara ahora. Pero si logramos entender cómo nuestras vidas se enlazan con los espacios y los tiempos, componentes madre de lo todo, del tejido que entrecruza nuestras existencias, estaremos más cerca de comprender el Orden y los más últimos misterios del Universo".
Es comprensible como muchos sospecharon que Tiburcio Ravioles había enloquecido. Durante los años siguientes, se lo vio en casi todos lados. Cafés, subtes, clases escolares y universitarias, esquinas negras, ascensores, copa de todo tipo de árboles, colectivos, taxis, bancos, pasillos, hamacas, y siempre con un cuaderno donde anotaba sus ideas y descubrimientos. Al principio era llamaba la atención de la gente, pero con el tiempo, se transformó en otra sombra que sólo sentís pasar.
Mientras que durante el día se ocupaba de la tarea de recopilar cronotopos en las calles, por las noches volvía a la biblioteca mecánica de Noseméo Currenom Bré, burlando la seguridad de los autómatas que seguían sin envejecer, a diferencia de él y todos. Se sentaba en su escritorio de la galería número 32 del segundo piso y trasladaba del cuaderno a la máquina de escribir. A veces, alguno de los que decían saber se dirigía a la biblioteca atormentado por alguna nocturna duda intelectual y escuchaba, lejano y eco, el sonido de unas manos luchando por plasmar sus ideas en el papel, de unos dedos viejos intentando ir tan rápido como sus pensamientos. Ellos lo dejaban estar, tal vez inspirados por su pasión.
Y un día, dejó de vérselo.
Así, sin que nadie se diera cuenta. Y nadie se preocupó. Incluso hoy nadie se preocupa. La mayoría sospecha que se mudó a lugares más extravagantes para seguir descubriendo cronotopos. Pero lo cierto es que sus últimos estudios siguen sin salir a la luz.
También es cierto que se lo extraña al viejo cronotopero.


*Es un secreto y una verdad que sus últimos estudios, en realidad, fueron encontrados por un estudiante que simpatizaba con sus libros. Encontró en el rincón de un estante de la galería 32 del segundo piso, cientos y cientos de páginas escritas a máquina, repletas de los cronotopos más insólitos. Entre ellas, encontró una arrancada de un cuaderno y escrita de la mano del mismo Tiburcio Ravioles. Decía:
"Si alguien encuentra estas hojas y las lee, que sepa que son una cosa inútil. De nuevo, mis descubrimientos me llevan más lejos. La vida está repleta de cronotopos, como expliqué demasiadas veces, pero lo cierto es que los únicos cronotopos que existen por sobre todos los demás son solo dos: el de la Vida y el de la Muerte. Uno como contraposición del otro: la Vida, donde el tiempo y el espacio están siempre en un estado de mutación y relatividad, lo que hace imposible cualquier listado que pretenda tener un final y un alcance universal; la Muerte, donde el tiempo y el espacio no existe o permanece constante y estático."
"Los diferentes cronotopos que expliqué a lo largo de mis años de nada sirvieron. En la vida, difieren, y podríamos hablar incluso de uno por cada individuo en el mundo. Todo se vuelve inútil cuando se comprende que el único misterio del Universo es que no exista tal misterio, y que desperdicié mi existencia al tratar de revelar lo que ya todos estamos destinados a experimentar desde el momento del nacimiento. La Vida y la Muerte son los únicos cronotopos que importan. Como obsequios, se nos dan ambos al mismo tiempo. Y yo no voy a esperar más para abrir el que me falta".

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