sábado, 15 de marzo de 2014

El Poeta (V)

En mi vida, me crucé un par de veces con el Poeta. Es un tipo alto, de labios llanos y fríos, que viste pantalones arrugados y sin bolsillos. Según dicen, a veces gusta también de un trago en vaso rojo.
En una noche que buscaba un poco de clandestinidad, entré al bar de gitanos. Nunca hay demasiada gente, pero se logra un barullo constante, acompañado de una música de ritmos dudosos e indefinidos proveniente de la rola al lado de los baños. Esa noche sonaba algo lento y turbio, no había nadie en la barra, y los cuatro o cinco hombres sentados en una mesa del centro susurraban entre sí. Me acerqué al Gitano en la barra y pedí un vodka.
- ¿Qué pasa hoy? - pregunté mientras lo servía. 
El Gitano se acarició la barba y acercando su rostro me dijo:
- Pasa que hoy vino el Poeta - y movió la cabeza, indicándome la mesa del rincón.
Ahí estaba él. Con su sombrero oscurenciendole los ojos, su maleta llena de papeles a un lado de la silla. Tenía una lapicera en la mano pero ningún papel había en la mesa, sólo un vaso rojo.
- ¿Qué está haciendo? - pregunté. Nos mirábamos al hablar, teniendo cuidado de no mirarlo a él. El Poeta sabe cuando están hablando de él.
- ¡Qué sé yo, pibe! Inspirándose, qué sé yo.
- ¿Es la primera vez que viene?
- No. Es la segunda - y acercándose más, agregó- Te voy a contar algo... Todos los bares de la Ciudad tienen un vaso rojo, un vaso especialmente rojo, por si el Poeta aparece alguna noche. El Poeta sólo bebe en vaso rojo. Pero la primera vez que vino, yo no tenía idea. Atravesó la puerta como una sombra y me dijo "Un vodka en vaso rojo". "No tengo vaso rojo", le contesté. "Vodka en vaso ordinario", dijo entonces. Se lo serví y se fue a tomarlo a ese mismo rincón.
- Entonces no es cierto que bebe sólo en vaso rojo - observé yo.
- Después de que se fuera, fui a limpiar la mesa. Y ahí el vaso era rojo.
El Gitano volvió a mirar el reloj sobre el mostrador.
- ¿Cerrás temprano?
- Según me contaron - dijo él-, en los bares del centro el Poeta tardó menos de dos minutos en bajarse el vaso. Acá, la primera vez tardó exactamente trece. Raro.
- Capaz le gusta el bar - reí tomando otro sorbo- O capaz le cuesta pasar esta mierda española.
El Gitano se rió en voz alta con dientes gigantes.
- ¿Cuánto va?
- Doce minutos.
Callamos disimuladamente, esperando ver pasar ese minuto. Cuando el segundero se movió sus sesenta veces, escuchamos una silla moverse, algún arrastre, unos pasos rápidos y la puerta abrirse y cerrarse. Miramos el rincón y el Poeta no estaba.
Uno de los hombres de la otra mesa se levantó y puso un moneda en la rola. La música extraña sonó distinta y sus amigos le chiflaron y aplaudieron la elección, luego pidieron a gritos otra ronda de cervezas.
El Gitano las llevó y luego se dirigió a la mesa del rincón. Volvió con el vaso rojo y un billete.
- ¿Dejó propina?
- Yo no sé si el Poeta es gracioso o garca. Pero paga con patacones el muy gil.
Yo me reí con ganas y torpeza.
- Por lo menos la otra vez dejó un poema... Creo.
- ¿Un poema? - exclamé asombrado- ¿De verdad? ¿Lo tenés?
El Gitano abrió la caja registradora destartalada y sacó una hoja regular y sin lineas, algo amarillenta y arrugada. Le echó una leída primero y me la pasó.
Con letras negras, un poco temblorosas, justo en medio de la hoja, se leía:
"NO."

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