lunes, 10 de marzo de 2014

Somos rincones

Y me dijo:
- Un día te consumirán.
Y yo contesté:
- Sí... Ya sé.

Somos rincones cuando no tenemos otro lugar donde ocultarnos. Cuando nos mentimos y nos creemos que existen otros sitios, pero inseguros, peligrosos. No hay lugar seguro ahí fuera en la Ciudad. Ningún abrazo promete ser para siempre, porque la fuerza del tiempo tuerce los brazos hasta el dolor, hasta el desgarro, los arranca y los arroja contra los edificios con un golpe sordo que resuena eterno.
Somos rincones en los momentos de soledad, cuando ni el canto, ni el mar, ni el cielo sirven de consuelo. Pero nos equivocamos buscándolo en la sombra. El llanto sólo es liberador cuando conocemos el motivo. Y cuando los motivos empiezan a repetirse, ni el llanto ni el conocimiento sirven de nada.
Somos rincones cuando evitamos la verdad con la que no podemos sobrevivir. Todo se transforma en materia sobre nuestros hombros y nos hundimos más en el asfalto, y nos acercamos un poco más al infierno que nos deja llagas ardientes en los pies.
Somos siempre rincones, porque guardamos secretos. Porque todos vestimos una máscara oscura, demacrada y sonriente que nadie dejará caer, para no mostrar el rostro pálido, plano, vacío de facciones que somos en realidad. Nunca nadie nada en realidad. Sin la máscara, todos somos iguales a todos.
Somos rincones en el alud de nuestras propias emociones que nos aplastan, en la mordida impertinente de la imaginación que nos come, en la asfixia de la oscuridad del miedo que nos mata, parados en una lápida repleta de nombres que no queremos leer.
Somos esos rincones de laberinto, imposibles de contar, en los que rebotan y rebotan y rebotan y rebotan aquellos abrazos rotos, que el tiempo nos arrancó. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario