sábado, 18 de enero de 2014

El Carnaval (quizás) del Mundo Entero (II)

Uno de esos atardeceres saturnales de Carnaval, andaba por calles que solían ser desiertas y oscuras, silenciosas, que no ofrecían ningún atractivo más que el de una terrible soledad. Pero ahora estaban repletas de pequeños puestos manejados por los pocodientes, siempre listos para encajarte cualquier cosa por un par de mangos. Eran productos muy variados, a decir verdad: lociones para la pérdida del cabello (que literalmente causaban calvicie), caracolas que contenían el sonido de los truenos en la tormenta, manjares que pocos podían tragar, banderas de los países por los que pasaron (aunque muchos de éstos no figuran en ningún mapa), palos de golf con dibujos de demonios, DVD's de películas en blanco y negro, manteles que se manchan solos, pequeños espantapájaros que alejaban los malos sueños, ediciones del segundo tomo de la Poética de Aristóteles, tricicletas, radios que sólo pasaban tango.
Mientras me probaba una máscara de Comedia, una señorita de belleza extravagante, con piernas largas y pollera corta, salió del interior de una gran carpa roja puntiaguda.
- ¡Hey, vos, el de la máscara! - gritó, y todos en la calle nos dimos vuelta- ¡El de la de cartón! - agregó enojada, y sólo yo me quedé viéndola. Los demás prosiguieron con sus vidas.
Me hizo señas con las manos para que me acerque. Dejé la máscara y fui. 
- ¿Querés que tu futuro te sea revelado? - me preguntó.
Levanté mis hombros, con la esperanza de que tradujeran "no tengo apuro".
- ¿Cuantó tenés? - preguntó de nuevo.
- Diez.
- ¿Diez pesos? Bueno...
- No. Pesos, tengo cinco. Años, diez.
- ¿Cinco pesos? Bueno... Dos años por peso. Pasá.
Dentro, el aire era denso y olía a sudor y a la cera de las velas que iluminaban la sala carpera. Todo lo llenaba un aura caliente, como de caldo. Del otro lado de la sala había una leve cortina hecha de flores de la cual se escapaban risitas y gemidos suaves.
- ¿Vamos allá? - le pregunté a la señorita, con total inocencia lo juro. Me sonrió sin mostrar los dientes.
- Hay varias formas de revelarle el futuro a alguien. Todas son igual de efectivas, pero hay hombres que prefieren una sesión más... gustosa. Tal vez cuando seas más grande vuelvas y entres ahí. Por ahora, te toca la versión más barata. La apta para todo público.
Entonces, olvidándome de lo que comenzaba a ser una secuencia de gemidos rítmicos, me acerqué al centro de la sala, donde había una mesita circular y dos sillas. Justo en medio de la mesa había una botella transparente con lo que parecía agua.
- Sentáte - me dijo.
Me senté.
- Dame tus manos. 
Y las extendí a lo largo de la mesa, dejando la botella entre mis dos brazos. La señorita se sentó y agarró la botella con brusquedad. Tomó un sorbo, haciendo una cara graciosa, luego tomó otro, y otro. Cerró los ojos y alzó la cabeza. Comenzó a tararear una melodía que llegó a darme miedo, cantó un par de versos en inglés con brusquedad y agitó la cabeza hacia delante, dejando caer porción de su cabello negro sobre la cara. Tomó otro sorbo, un tanto más largo. Su cara ya no era graciosa. Medio endiablada, medio dormida. La boca parecía descansar anchamente. Abrió los ojos, o mejor dicho, los mantuvo entreabiertos, y dejó la botella justo en medio de la mesita como al principio. Tanto tomó que me dio sed, pero no me atreví a preguntar si podía beber.
- Okey... Emp... Empeshemos - dijo arrastrando las palabras- A ver... tus manos. ¡Ay, que pequeñititas que son!
Las tomó y puso la cabeza a la altura de la botella.
- Hacé como yo, nene. Ponéte ashí.
Y puse mi cabeza a la altura de la botella también. A través de ella y el líquido, podía ver a la señorita un tanto distorsionada, sonriendo como tonta.
- ¡Hola! - dijo riendose, extendiendo las vocales- Bueno, ya en sherio, empejemos... Te diré todo lo que se pueda ver... Ji no e' muy importante, no se ve. ¿Captás? Okey...
Mientras me miraba a los ojos a través de la botella como buscando algo, balbuceaba la misma canción de tintes metaleros. Finalmente, comenzó a hablar, con aún más dificultad que antes.
- A ver... No hay nada moy importante en tus prdóximos dos años. Vas a meter un gol en un torneito de morondanga... Encontrarás veinte pesos en tu cumpleaños... Te va a perseguir el rot... el rotwais... el perro grande ese del frente, dos cuadras te va a perseguir...  Nada interessante, che... A ver, prdóximos dos años... Bueno... Besharás a una chica y desa... y de-sa-pro-ba-rás una materia por primera vez. Lo interessante es que sherá el mismo día... Emm, ¿qué más?... Te cagarás a palos con uno de tus amigos... ¡Cool! Igual, bastannte aburrido hasta ahora, che... A ver... prdóximos dos annios...
En ese momento, atravesó la cortina de flores otra señorita, más bella, con piernas más largas y totalmente desnuda, seguida de un hombre que, sin camisa, salió de la carpa hacia la calle. La nueva señorita me miró y soltó una risita. Tal vez se reía de mi cara. Era la primera vez que veía alguna mujer desnuda.
- Dale, nene - me golpeó la otra en las palmas de las manos para que volviera a mirarla a través de la botella- Volvé, que te digo que no va a sser la última teta que veas. ¡Y vos entrá ahí, zhorra!
La otra señorita le hizo mofa y se dio media vuelta para irse. Levanté la cabeza de nuevo para ver esas nalgas atravesar la cortina de flores y la señorita al frente mío volvió a golpearme las palmas de las manos.
- ¡Pero, che! - gritaba- ¡Prejtá atención acá, nene! ¿Qué querés ver si todavía ni te paj...? 'Pera... Levantá la cabessa. Mirá hacia arriba, nene.
Colorado de vergüenza, hice lo que me pidió, sin saber el porqué.
- Eso que tenés en el cuello, ¿cómo te lo hiciste? - me preguntó despacio.
- Es mi mancha de nacimiento. La tengo desde que nací - contesté. De chico era bastante redundante al hablar, me temo.
Bajé la cabeza para mirarla y me gritó que la subiera de nuevo. Yo veía el techo de la carpa, intentando adivinar qué pasaba por la mente de la señorita. Pero nunca hubiera adivinado de qué se trataba.
- Quedáte acá, nene - me dijo, y desapareció del otro lado de la cortina de flores. 
En menos tiempo del que vale la pena mencionar, volvió a aparecer, acompañada de la otra señorita, que esta vez, llevaba un vestidito rojo de lencería que en verdad, no dejaba mucho a la imaginación.
- Mirá eso - le dijo la primera señorita a la otra y me hizo señas para que levantara la cabeza. Luego de unos segundo la bajé, para mirar a través del vestidito.
- Es él - dijo ella con gran felicidad- ¡Es él!
Fue ahí que no pude concentrarme más en mis pensamientos. Sólo estaba ahí, mientras esas dos señoritas se abrazaban entre sí. 
- Emm... ¿Quién soy? - pregunté con sincera curiosidad, la misma curiosidad con la que hoy todos nos hacemos la misma pregunta.
- Sos el Elegido. ¡Nuestro salvado! - exclamaron ellas- ¡Sos el Comedor de Tomates!
Y antes de que pudiera decir nada prosiguieron a contarme la historia de su pueblo (cuyo nombre no recuerdo de lo raro que era), que vivía atormentado desde hacía muchísimos años por una maldición en sus tierras. Plantaran lo que plantaran, ya sea girasol, trigo, pino, marihuana o soja, brotaban tomates. Las llanuras, llenas de tomates. Bajo las montañas, lleno de tomates. Todo prado que intentara cultivar algo, obtenía tomates. Durante unos años, la gente le sacó provecho, y fueron las tierras número uno en la venta y exportación del tomate, pero se fueron cansando. Prácticamente, no comían otra cosa. Algunas familias compraban en pueblos lejanos otros alimentos, pero no tenía caso. Todo les sabía a tomates. Un día, una vieja muy vieja del pueblo, la abuela de las señoritas, entró en una especie de trance tras comer tanta sopa de tomates y predijo que en un país lejano, nacería un niño con una gran T en la garganta y con un estómago tan insaciable que se podría comer todos los tomates del lugar para siempre.
En qué parte de la historia está la solución a la maldición, no lo sé. Plantaran lo que plantaran, los tomates seguirían creciendo por más que alguien se los comiera todos. Pero esa profecía puso contenta a las gentes, y pasaron los años, y seguían recordando.
- ¡Sos vos! ¡Sos el Comedor de Tomates! - exclamaban las señoritas al frente mío- ¡Vamos! ¡Vamos ahora! ¡Tenemos que llevarte a nuestro pueblo! ¡Tenés que comerte todos esos tomates!
- Pero a mí no me gustan los tomates - atiné a decir bajito.
Se quedaron congeladas. Se miraron un segundo, y volvieron a mirarme.
- ¡Qué! - dijo la del vestidito.
- ¡¿Cómo que no te gusta el tomate?! - gritó la otra.
- No me gusta el tomate. Me hace vomitar... Tampoco me gusta la leche.
- ¡¿Cómo que no te gusta el tomate?! - gritaron las dos al mismo tiempo, y se me abalanzaron con cara de lunáticas- ¡¡Tenés que comerte esos tomates!!
Con el mismo miedo que años más tarde tendría cuando el Rottweiler del frente se escapó y me persiguió dos cuadras, me levanté rápido de la silla y salí corriendo de la carpa hacia la calle. Los gritos de las señoritas me persiguieron por todos los puestos de cuadra, y los vendedores se reían, creyendo que escapaba por haber tocado los tomates de ellas.
Llegué a mi casa, todo transpirado y con ganas de hacer pis. Al salir del baño, mi mamá me retó por haber estado tanto tiempo en la calle, "en ese Carnaval", como decía ella de forma despectiva.
- Pero bueh... - dijo al fin- ¿Qué hiciste hoy?
No podía contarle que fui a que me revelaran el futuro porque me obligaría a ir a la Iglesia el domingo siguiente. Menos decirle que vi a una mujer desnuda. Me hubiera obligado a ir a la Iglesia todos los domingos del resto de mi vida.
- Fui a una charla de vegetarianos. Eran un pueblo raro - mentí.
- ¿Vos? ¡Qué raro! ¡Bah! En ese Carnaval me espero cualquier cosa... ¿Y qué dijeron?
Tarde unos segundos en responder.
- Que había que comer tomates.
- ¿Ves? ¿Ves? ¿Y qué te digo yo? ¡Tenés que comer tomates, Tomás! Desde mañana...
Bla, bla, bla, bla... Sí, mami. Sí. Lo que quieras. Pero tomates, no.

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