miércoles, 15 de enero de 2014

- ¡Mozo! ... Deme otro.

No siempre se trata de una actividad digna de compartir. Muchos tragos, como la soledad, saben mejor si se beben solo. A veces incluso la cuestión no es el sabor, sino simplemente beber, tomar, chupar, hasta embriagarse, emborracharse, empedarse. Lo que uno elija.
Muchas veces es una idea de liberación. Escapar de la realidad, demasiado sobria, o encontrarse con un otro yo, tal vez verdadero. Vos que leés, me dijo una amiga una noche, me vas a entender si digo que éste vasito, el ferne', ¡el alcohol!, es como la pócima del doctor Jekyll. Aunque en su caso, es difícil saber si Hyde es el sobrio o el ebrio.
Otros encuentran su valentía, o por lo menos, el fin de su timidez, y consiguen lo que se proponen esa noche. O terminan llamando a un número que debieron haber eliminado hacía tiempo (igual algunos se lo sabrían de memoria, lo sé) para rogar, o bien putear, al del otro lado. Muchos otros lo hacen para olvidar y llegar a los labios de jóvenes atolondradas, pero los pocos sabemos que el Licor del Olvido sólo existe en algunas calles de Flores, y que en esas noches se pueden rodear muchas cinturas, pero casi nunca la correcta.
Otros lo hacen por diversión, y terminan aburriéndose. Otros para reírse, para trabarse con las palabras, o par recibir cachetadas memorables, o para cantar como Gardel, o para cantar como la Mona Jiménez, o para sentirse triste, o para jugar a las escondidas, o para que los detengan la policía, o para errarle a la cerradura, o para abrazar a alguien, o para fingir un poco más, o para vomitar en algún rincón, o para mirar las estrellas y caer al cielo, o para componer poesía sobre el zigzag de sus pasos, o para decir la verdad, o para que sangre un poco menos, o para que sangre un poco más, o para que la copa rota siempre tenga un poco de vino rojo pa' beber.
A veces es sólo beber por el afán de beber. Para no perder la oportunidad, o la costumbre, de ser genuinamente falso.

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