lunes, 13 de enero de 2014

El Poeta (IV)

En mi vida, me crucé un par de veces con el Poeta. Es un tipo alto, de nariz puntiaguda y manos viejas. Dicen que si lo ves en la iglesia o te lo cruzas dos veces en un mismo día, te da mala suerte.
La última vez que lo vi, creo que fue en un sueño. Pero no tengo ninguna imagen suya presente, ningún eco de su rostro, ni siquiera uno de esos reflejos como de niebla que dejan las estadías oníricas. Sin embargo, sé que estuvo allí. Algo me lo dice... Es como si tuviera un rastro de tinta en un suelo gris, que termina en tres gotas irregulares, unos puntos suspensivos que no prometen nada. Hubo también un sombrero pequeño, que rodaba cuesta arriba por una montaña; parecía escapar, sospecho que de la mente oscura de su dueño.
Me desperté muy confundido, pero con la seguridad de haberlo visto. También tengo la sensación, perturbadora, de que me ha hablado. El Poeta nunca le habla a nadie. Ni en sueños. Eso se sabe. Por lo que ese sueño no puede significar algo bueno. 
Me callé, no se lo conté a nadie. Tal vez por miedo. Pienso que a lo mejor el Poeta le ha hablado a muchas más personas, pero que éstas no lo han dicho por las mismas razones que yo. No estoy seguro que eso deba tranquilizarme. "Mal de muchos, consuelo de tontos", dice mi mamá.
Si recordara qué fue lo que me dijo, creo que la tortura sería llevadera. ¿Qué susurro literario pudo haberme regalado el Poeta en aquel rincón? Pero en realidad, no quiero saberlo. Como un hombre oscuro nos dijo una vez, "La solución del misterio siempre es inferior al misterio". 
En los sueños, los silencios lideran el espacio del sonido, y las palabras sólo cumplen la función, casi estética, de ser un mero y superfluo ornamento. Eso se sabe.

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