jueves, 19 de diciembre de 2013

A veces la sombra

A veces la sombra se aburre de esperar a que despierte y se va, a deambular un rato por la ciudad de faroles amarillos, de faroles rotos, donde se siente más sombra que conmigo. Avanza por las avenidas sin miedo, haciendo ladrar a los perros en la noche; se arrastra por las calles y se desliza por las paredes como una serpiente que conoce bien el camino de su presa.
A veces la sombra se encuentra con otra de sus hermanas, sombras de personas con las que ya no hablo, de personas que no conozco. Le gusta hablar con cualquiera cuando la luna resplandece toda gorda, y la ciudad se transforma en un tablero de ajedrez. 
A veces la sombra se cruza con la tuya. No hablan mucho. Ellas también sufrieron nuestros errores. Sospecho que esas noches son las que sueño, y te sueño. Perdón. Pero te sueño.
A veces la sombra no está cuando despierto, y siento un frío vacío muy cerca del corazón, desgraciadamente conocido. Entonces salgo a buscarla por todos los rincones, por todas las hamacas, por todos los espejos.
A veces la sombra está en la playa, mirando al pícaro sol escalar la falda de Celeste. La sombra siempre espera alguna oportunidad de ser eterna. De romper esa cadena ínfima que la ata a mí, a este cuerpo que no comprende su naturaleza, ni sus sueños, ni su silencio, ni su condena.
A veces la sombra llora. Como la tuya. Como la de todos. Llora por esa esperanza de libertad ficticia. Libertad encadenada. Llora por no ser algo, ya que ni siquiera es nada. Por eso llora, (por supuesto que llora) en esos rincones sin luz, donde a veces tu sombra, se atreve a consolar a la mía.

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