martes, 17 de diciembre de 2013

El Poeta

En mi vida, me crucé un par de veces con el Poeta. Es un tipo alto, que no le gusta vestirse si no es con saco y a veces usa un moño rojo. Rojo sangre.
Una vez, hace un par de años, lo vi esperando un colectivo. Parecía apurado, pero no lo descubrí por su rostro que pocas veces se descifra, sino porque no dejaba de mirar su reloj-muñeca. Literalmente, su reloj era una pequeña muñeca dormida a la que le salían agujas sangrientas de sus entrañas mecánicas con las que marcaba la hora en los números tatuados en su cuerpecito. Cada una hora, en punto, la muñeca abría los ojos y se ponía a mirar de forma demente y muy viva durante un minuto. Ese día, esperando el colectivo, vi los ojos de la muñeca, pero ella no me vio. Raro... porque se dice que ella lo ve todo siempre. Incluso cuando duerme los otros cincuenta y nueve minutos de la hora.
El Poeta seguía esperando, cada vez más apurado, mientras sostenía un maletín abarrotado de papeles que se escapaban por las aberturas. Todos estaban escritos, o por los menos esa porción que se podía ver. Llegué a leer el fragmento de una página, pero lo único que decía era "NO" en mayúscula y repetidas veces. De izquierda a derecha, cerca de cinco o más renglones de puros "NO". Al Poeta no le gusta que se lo lea si la obra no está terminada. Y es el día de hoy, que nadie leyó nada de él.
Cuando llegó el colectivo, siguió mirando su reloj-muñeca. Le hice un gesto con la mano para que subiera primero. Por respeto, tal vez. Pero el Poeta miró el colectivo y se fue. Se fue sin mirar a nadie en dirección contraria al viento, como le gusta. Tal vez se acordó que él no usa colectivos.

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