martes, 17 de diciembre de 2013

En la oscuridad de un amanecer estropeado por una persiana de ciudad, la chica Miraflores baila dormida debajo de las sábanas. Sus pies iban y venían en su cama, siguiendo el ritmo de sus sueños, de su alma de circo. (Tal vez la sombra onírica le lanzó una tela amarilla desde una nube para que pudiera hacer piruetas con las chicas.) Sus dientes tiritaban levemente, y de a momentos susurraba cosas ininteligibles, pero esa sonrisa de Mona Lisa que algunos tenemos la suerte de conocer nunca se fugó de su rostro. La sonrisa de los buenos sueños. La curiosidad siempre me será muy grande.
Me imagino a la chica Miraflores en un prado nevado, bailando descalza una danza desconocida, original, dulce, un poco triste, con los dientes tiritando, pero sin detenerse, recitando sus poesías en el idioma del viento, ininteligible para los que están despiertos.
Al día siguiente se lo conté y se rió, diciendo que era muy inquieta. Justificándose, tal vez... 

Yo soy de los que separan al autor de su persona, y por eso prefiero pensar que Sabri sólo existe en su mente, y que a la chica Miraflores le gusta bailar descalza, en esos rincones del dormir donde a las margaritas nunca se les acaban los pétalos y los juguetes no se suicidan.

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